Transilvania: La herencia sajona

AutorÓscar Álvarez

Fotos: Óscar Álvarez

Cuando el tren alcanza entre traqueteos el Paso de Predeal, comienzo a reconocer el paisaje. Cierto es que han pasado ya más de 15 años y que aquel invierno los Cárpatos estaban nevados, mostrando un aspecto poco parecido al manto de abetos y cumbres rocosas que veo hoy.

Pero la sensación al entrar en Transilvania, uno de los lugares con mayor personalidad de esta parte del mundo, es la misma de entonces. Atrás queda la estación de Sinaia y con ella Valaquia, comarca que se extiende casi totalmente plana hasta toparse con el Danubio. Y adelante espera una tierra mágica de la que Brasov es el mejor umbral posible.

Las afueras de la ciudad, como tantas otras en Rumania, son desangeladas: torres y más torres de departamentos construidos durante el oscuro mandato del dictador Ceaucescu, mal llamado "periodo comunista". Pero Brasov guarda intacta en su corazón la belleza de otros tiempos capaces de evocar las doradas leyendas centroeuropeas. Los magníficos volúmenes de la Iglesia Negra detentan a partir de 1384 el centro de gravedad de la villa antigua. Desde ella un corto paseo por callejas empedradas lleva a la Piata Sfatului, la plaza central, flanqueada por fachadas barrocas y cafés, el conjunto urbano más armonioso del país.

Las tiendas me revelan con particular claridad el paso del tiempo: de aquella visita apenas un año antes de la caída del dictador, tenía el recuerdo de escaparates desoladamente vacíos y ahora los encuentro a rebosar. Brasov ha descubierto su bonanza en las pistas de esquí de la estación de Poiana, media hora por carretera y montañas arriba, que cada invierno se llena de visitantes. Y durante todo el año explota la belleza de su centro histórico, al que llegan turistas amantes del arte y la historia. Pero, por fortuna, no se trata de las hordas que sitian a Praga o a Budapest y todavía resulta posible gozar tranquilamente de la belleza de la ciudad y del sabor local.

Aunque la parte antigua posee también edificios barrocos, su espíritu es marcadamente medieval. Emplazada entre dos montes cubiertos de bosques, Brasov nació con el nombre de Kronstadt, una colonia germana bajo el cuidado de fuertes murallas, parte de las cuales han llegado hasta nuestros días. Fuera de ellas vivían los rumanos, en el barrio de Scheii. Dentro, ricos comerciantes sajones levantaron suntuosos templos luteranos y mansiones usadas como morada o baluarte, según el humor de los tiempos.

Y bien ¿qué hacían los alemanes aquí? Con la distancia de los siglos parece una quimera más: a mediados del siglo 12 la corona húngara comenzó a contratar mercenarios sajones para que defendieran los límites orientales de su reino, un principado autónomo llamado Erdély en magiar (más allá del bosque) o Transilvania por...

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