Transgeneridad y transracialidad: contrastes ontol

AutorGuerrero Mc Manus, Siobhan

[Transgenderism and Transracialism: Ontological Contrasts between Gender and Race]

El objetivo central de este trabajo consiste en comentar críticamente la controversia que rodeó al trabajo de la filósofa analítica Rebecca Tuvel y su análisis comparativo entre la transexualidad/transgeneridad y la transracialidad. En esencia, tras realizar una comparación entre las metafísicas de la raza y del sistema sexo/género, esta filósofa buscó apuntalar la idea de que los argumentos que nos llevan a abrazar la legitimidad de las experiencias transexuales/transgénero pueden, mutatis mutandis, emplearse para establecer la legitimidad de una experiencia transracial, porque ambas ontologías sociales son lo suficientemente parecidas dado el papel que en ambas desempeñan la autoidentificación y el etiquetamiento.

Sin embargo, lo anterior fue muy criticado tanto por activistas trans como por personas de color, al considerar que dicha comparación perdía de vista las sutilezas históricas que estuvieron presentes en la construcción de ambas identidades. Empero, el trabajo de Tuvel no es en ningún sentido idiosincrásico o sui generis y pone en evidencia una tensión que en la actualidad plaga los estudios interseccionales y la metafísica social analítica, a saber, la necesidad de no perder de vista las especificidades históricas de los ejes que componen a los modelos interseccionales mismos mientras se rastrean semejanzas entre las diversas modalidades de opresión que en cada eje se expresan--sean éstas por género, raza o clase--.

Este texto plantea la urgencia de atender críticamente esta controversia así como la tendencia que ejemplifica, pues las limitaciones en los análisis metafísicos ya mencionados en torno a lo social suelen venir entretejidas con limitaciones políticas a la hora de buscar comprender e intervenir en los problemas que atañen a las diversas minorías. De allí que busque señalar que, si bien hay elementos positivos que reconocer en dichas aproximaciones, también es menester no perder de vista las sutilezas de cada categoría.

Para emprender una lectura crítica, este ensayo se divide en las siguientes secciones. Primero, se presenta el riesgo que acarrea todo esfuerzo interseccional cuando deja de lado la historicidad de los componentes de su análisis. A continuación se ofrece una descripción sucinta del contexto en el cual surgió la controversia específica aquí revisada. La tercera sección consiste en una exposición concisa de los argumentos de Tuvel en torno a las semejanzas entre la experiencia transexual/transgénero y la transracialidad. Después se hace un recorrido por el trabajo en metafísica feminista que ha hecho posible dicha comparación y, en la quinta y última sección, se realiza una breve crítica de los límites de estos modelos y de la posibilidad de enriquecer la discusión actual si atendemos ciertas propuestas de corte materialista y deleuziano.

  1. Dela interseccionalidad al aplanamiento ontológico

    Existe hoy por hoy un nudo gordiano en los estudios interseccionales, es decir, dentro de ese conjunto de campos dedicados a los estudios críticos de raza, género, clase y otras categorías sociales que describen lo que podríamos llamar ontopologías--según cierta inspiración derrideana--u ontopolíticas--siguiendo en este caso a Mol 1999--, aunque quizá estas formulaciones ya son, en sí mismas, peligrosas, pues entrañan algo de abstraccionismo vicioso (Winther 2014) que, como se hará ver, es constitutivo del nudo del que aquí se habla.

    Con la figura del nudo gordiano busco hacer referencia a determinado aplanamiento ontológico que se ha efectuado sobre dichas categorías sociales; categorías que describen cómo estamos posicionadas y posicionados a la luz de diversas estructuras y dinámicas relacionadas con la forma en que operan y se constituyen el racismo y la raza, el sexismo--en todas sus formas--y las categorías sexo-genéricas, el clasismo y la clase, etc. Dicho aplanamiento consiste en reducir tácitamente todas esas categorías en una ontología abstracta que describe ejes de opresión gestados y mantenidos mediante procesos simbólicos y materiales de discriminación y exclusión, los cuales conducen a que, en cada eje, se produzcan posiciones de sujeto hegemónicas y posiciones de sujeto subalternas.

    El fallo teórico que describo se genera al reducir la posición de cada ser humano, su trayectoria e historia de vida, sus identidades, sus corporalidades y su posición de sujeto en una suerte de vector. Esto conduce a que lo social se mire como si pudiera pensarse de manera análoga a un campo vectorial n-dimensional--o quizá literalmente como un campo de este tipo--. Según esta analogía, la interseccionalidad consistiría--contra las advertencias de la propia Crenshaw 1991, quien acuñó el concepto--en describir a cada persona como algo que ocupa dicho vector único e irrepetible y que es, sin embargo, analizable en términos de sus componentes; así, la persona se concibe como la resultante de la suma vectorial de aquellos componentes que son sus muy diversas posiciones sociales. En otras palabras, la falla proviene de pensar que las categorías sociales descritas son dimensiones dentro de ese espacio vectorial y que, en cada dimensión, hay valores que se pueden ocupar y que son hegemónicos o subalternos.

    Este error de concepción o, mejor dicho, esta forma de articular una ontología de lo social sacrifica los aspectos fenomenológicos o vivenciales de cómo se experimentan las categorías; sacrificio no menor, ya que invita a proyectar nuestras categorías--o, en todo caso, las de Occidente--hacia toda sociedad humana, pues, en principio, toda experiencia podría ser representable en dicho espacio. Así, por ejemplo, las muxes o los güevedoce podrían leerse como homosexuales o transexuales, en el primer caso, o como intersexuales, en el segundo, aplanando en el proceso la especificidad cultural de dichas categorías y las dimensiones vivenciales que poseen y que debieran servir para recordarnos que las historias y contextos de tales términos no permiten interpretarlos como meros sinónimos de los términos nacidos en el corazón de la medicina occidental.

    Asimismo, este aplanamiento tiene un segundo efecto que tampoco es menor y que conduce a traducir la interseccionalidad en una suerte de métrica de las opresiones en la cual sería posible sumar el número de valores hegemónicos que se ocupan para luego compararlo con el de otras y otros: si el número es mayor, se es más privilegiada o privilegiado; si es menor, lo opuesto. Desde luego, dicho movimiento desnaturaliza lo que llevó a Crenshaw a formular el concepto de interseccionalidad como una especie de recordatorio constante de la no extrapolabilidad de las experiencias de las mujeres de color precisamente como una suerte de intersección--pensada en términos conjuntistas--o suma vectorial de las vivencias de las mujeres blancas y los hombres de color.

    Empero, el nudo gordiano al que hago referencia no ha terminado de ser presentado. No me refiero sólo a cómo un concepto--el de interseccionalidad--que buscó articular los estudios de género, de raza, de clase, etc. entre sí, combatiendo el apartheid académico denunciado por feministas como Sandoval 2015, terminó por emplearse para posibilitar un enfoque que homologa la clase, el género, la raza y otras categorías como instancias de una arquitectura o arreglo más general que describe hegemonías, subalternidades, opresiones y exclusiones. De hecho, tendría que decir que no pretendo rastrear en el concepto de interseccionalidad este error conceptual ni descalificar su uso cuando se emplea bajo lecturas no vectoriales o metrizantes, aunque sí hay voces en el feminismo que han sostenido denuncias parecidas; por ejemplo, las de Puar 2007.

    En cualquier caso, para arribar al asunto principal o, en esta ocasión, al nudo de la cuestión, lo que me interesa es hacer ver cómo algunos autores y autoras, en su afán de construir un marco teórico que integre los diversos campos interseccionales, han terminado inadvertidamente por buscar describir arquitecturas o arreglos generales dentro de los cuales sea posible subsumir las ontologías de la raza y el género--y quizá otras más--como si fueran instancias de dicho arreglo general.

    En este proceso no sólo han practicado un abstraccionismo vicioso, sino que han aplanado estas ontologías, con lo que han eliminado sus especificidades históricas y han perdido de vista que, en cuanto ontologías históricas à la Hacking 2002, además de cambiantes, son radicalmente contextuales.

    Si lo anterior es un problema, es porque este desarrollo teórico, académico y disciplinario ha servido como escenario para constituir un aparente choque de grupos que ha puesto en un lado a las personas trans y en el otro a las personas de color. Desde luego, esto es particularmente terrible si se es a un mismo tiempo trans y persona de color. Sin embargo, el problema no ha sido tan sólo generar una oposición entre discursos que puede conducir a un sectarismo peligroso, sino que, y esto es realmente grave, ha empoderado a grupos de feministas radicales excluyentes de lo trans (trans-exclusionary radical feminists, TERF) al afirmar que la narrativa trans no sólo es antifeminista sino, además, racista, colonial y apropiativa. (1)

    Tanto en el primer caso, la aparente tensión entre las narrativas de lo trans y las de la raza, como en el segundo, la cooptación de nociones extraídas de la teoría crítica de la raza para fortalecer la posición TERF, lo que observamos es una consecuencia directa del aplanamiento ontológico ya descrito, del abstraccionismo vicioso ya denunciado, que ha conducido a esta homologación en la cual se considera trivialmente extrapolable lo propio de una categoría como el género a otra categoría como la raza.

    En este ensayo abordo justo estos choques entre discursos, mientras rastreo y denuncio parte de lo que ha sido su debilidad más importante, a saber, este aplanamiento ontológico aquí ilustrado...

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