Tragedia, heroísmo y esperanza

AutorMaría Luisa Medellín

Si el auxilio hubiera tardado unos minutos más, Ramsés estaba dispuesto a saltar desde la ventana del segundo piso de su hogar en llamas con sus tres hermanos, para salvarlos.

"Quizá se habrían lastimado o quebrado una pierna o un brazo, pero no morirían quemados", asegura con una determinación que asombra, por la naturaleza tímida de este adolescente de 14 años, moreno y de mirada melancólica.

El mismo que la madrugada del lunes 20 de mayo venció el temor al fuego que consumía la planta baja de su vivienda y amenazaba con alcanzar las recámaras en las que dormían él y sus hermanos: Jordan, de 15 años, quien padece parálisis cerebral; Damián, de 5; y Mariana, de 2, ya que sus padres estaban trabajando.

En una de las breves piezas de la casa a la que se mudaron tras el siniestro que casi redujo a cenizas el interior del domicilio que les rentaban, en Santa Catarina, Ramsés Guardiola Alvarado rememora el episodio con el que ha ganado el título de héroe, aunque a él le apena, pues cree que sólo hizo lo que debía.

"Nos quedamos sin nada, pero en el incendio eso no me importaba, lo único que quería era sacar a mis hermanos", cuenta sentado en una de las dos bases individuales con colchón que amueblan este cuarto.

Sin dejar de mover un pie hacia adelante y atrás, dice que pasadas las tres de la mañana, Damián lo despertó porque olía a quemado y había mucho humo. En aquella habitación también estaba Mariana, quien se levantó asustada.

Ramsés quiso bajar a tratar de apagar el incendio. Imposible. El humo y el fuego lo invadían todo.

Tomó el teléfono y llamó a su padrastro, José Gerardo Baena Trejo: "Apá, venga, se está quemando la casa", recuerda que le dijo entre lágrimas, y colgó para cargar a Mariana y a Damián hacia la recámara de Jordan, quien lloraba desconsolado.

Ese cuarto da al patio. Ramsés se encerró ahí con sus hermanitos. Sostuvo a Jordan entre sus brazos y hacía que sacara la cabeza por la ventana para que respirara, porque se le dificultaba. Por fortuna, en ese inmueble de interés social no había protectores.

"Yo gritaba desesperado: 'Ayúdennos, por favor', pero nadie venía", platica el joven estrujándose las manos.

A su lado, convaleciente, se encuentra José Gerardo, de 56 años; de pelo y bigote café entrecano.

"Yo andaba en un eco que me presta un amigo cada semana o 15 días para que saque algo para mi familia, porque desde noviembre que cerró la ruta urbana en la que estaba no he encontrado empleo, por mi edad".

Pero en cinco...

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