Tradición ancestral

AutorIvett Rangel

Enviada

PÁTZCUARO, Michoacán.- Los martes y viernes de cada semana desde hace varios siglos -tantos que ya nadie sabe cuántos- en la explanada del Santuario de Guadalupe, en pleno centro de este Pueblo Mágico, se reúnen los habitantes de los pueblos de esta región lacustre para mantener vivo el trueque.

El cambalache comienza temprano; aquí aplica aquel dicho: "al que madruga, Dios lo ayuda". Desde las siete de la mañana, el mercado del trueque comienza a funcionar.

Quienes cargan más años a cuestas y kilos de verduras y frutas en resistentes costales o cubetas crean pasillos para ofrecer lo que esta semana han logrado arrancar a sus huertos privados.

Chayotes, aguacates, calabazas, manzanas, higos y peras... hay un poco de todo en este lugar que, en realidad, es una cancha de baloncesto.

Pronto llegan las demás mujeres con canastas de mimbre, con lo que han recogido de sus jardines, pescado en el lago antes de que el sol saliera o moldeado en sus casas con sus propias manos. En este mercado, la mayoría de las marchantas son mujeres, quienes comprueban con pesadas cargas, y sin hacer caso a la edad, que eso del sexo débil no existe.

Ahí va Doña Juana, con unos cuantos puñados de tomates y jitomates en la cesta, y con dos bolsas de mandado para guardar lo que hoy le interesa.

Camina despacio, observando cuidadosamente qué traen las otras mujeres de largas trenzas y faldas. Entre ellas se miran serias, como esperando la mejor oferta. De pronto, otra mujer interviene: quiere algunos de los jitomates de Doña Juana. Ésta asiente e intercambian un puñado del rojo fruto por una docena de tortillas hechas a mano...

Unos pasos más adelante, intercambia otro puñado de jitomates y uno más de tomates por dos bolsas de maíz seco.

"Pero dame más, como para que sí esté lista la comida", le protesta la "vendedora".

"Ya te di suficientes", responde con firmeza Doña Juana.

"Nada más me tiraste el engaño", reclama una vez más, pero Doña Juana ya ni siquiera escucha.

Se ha perdido entre la muchedumbre, y su rebozo es igual al de todas las demás, negro con líneas azules: el típico de esta región michoacana.

La atención entonces se centra en Doña Aurora; su único interés está en los platos y las ollas de barro, y a cambio, ella está dispuesta a dar manzanas.

"Necesito dónde cocinar y servir", responde a la interrogativa de por qué ella no está buscando como las demás el mandado de la semana.

Doña Aurora cuenta que tiene varios árboles de manzanas en su casa, y...

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