TOLVANERA / Límites

AutorRoberto Zamarripa

¡Viva Mondragón y los policías que nos dieron Zócalo! Por fin, el uso de la fuerza. Dosificada, húmeda o en versión lacrimógena. Fuerza al fin. De la desmitificación al asombro: si tan fácil es por qué no se hace diariamente.

El desalojo del Zócalo mostró las facetas de una política hipócrita (y poco eficaz). El gobierno hace como que amenaza, plantando policías, pero suplica al abandono voluntario; los maestros hacen como que se retiran pero ponen barricadas; y vencido el plazo, el desalojo se consuma. "Al fin que ya nos íbamos", dicen los maestros, pero resisten a pedradas. "Es para garantizar el Grito", justifican desde el gobierno federal. Y la más simpática, la del gobierno capitalino: los maestros se salieron del Zócalo gracias a nuestra mediación.

Al final resultan decenas de policías y manifestantes heridos aunque el saldo pudo ser peor.

Todas las partes admiten que el conflicto no está arreglado tras el desalojo. Entonces, ¿por qué desalojaron? El Grito del Presidente podía ocurrir en Guanajuato y el Desfile no hubiera sido interrumpido.

El desalojo fue un acto de autoridad y de advertencia.

El problema de usar la fuerza del Estado, en cualquiera de sus versiones, es que una vez no basta. Será ejercicio y se convertirá en costumbre. Pero eso escala. Cada vez serán más necesarios otro tipo de artefactos para detener a los inconformes, quienes a su vez tendrán mejor preparación para enfrentar a los policías. La polarización crece y la política se debilita.

Lo peor tras el "limpio" desalojo sería la soberbia. Con ésa no se gobierna, se aniquila.

Te toca a ti pagar el Pacto, bato. El gobierno federal ha fundamentado en el Pacto por México parte sustancial de su operación política. De la incredulidad se pasa al enojo. Nadie creía posible que salieran adelante reformas legislativas por consenso. Ahora, las corrientes distantes de sus dirigencias partidistas piden participar del reparto. El Pacto allanó reformas y aún tiene combustible para lograr otras. Sin duda sus mesas de negociación han aligerado las tensiones que podrían desembocar en otros conflictos.

Pero no basta pactar entre la élite de la política para garantizar la gobernabilidad, máxime si los cambios propuestos remecen moldes y usos y costumbres. Hay que pactar en lo social. Y no se trata de distribuir dinero para calmar gritos sino reorganizar la política con el concurso ciudadano, de organismos sociales, de grupos con diversas demandas.

No es lo mismo descontento que...

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