TOLVANERA / Dura prueba

AutorRoberto Zamarripa

Además del pasmo y la tristeza, la tragedia trajo consigo una inusual tregua política, una agradecible apertura informativa y la incertidumbre sobre si ha tocado límite el gobierno de grupo.

  1. La muerte de Juan Camilo Mouriño concitó el pesar de todas las fuerzas políticas sin distingo. Ese cobijo hizo olvidar, momentáneamente, la crispación política que ha rodeado el gobierno encabezado por Felipe Calderón.

    De una u otra forma, las fuerzas políticas, los líderes y gobernantes parecen exhaustos de meses de confrontación y desgaste en la víspera de la elección intermedia del 2009. Juan Camilo Mouriño era el propósito de ese desgaste. Su trágica ausencia detuvo intempestivamente la rijosidad y abrió una reflexión entre los críticos sobre la rudeza del trato de que fue objeto.

    Pero a la vez generó desconcierto. El duelo creó una coraza a la decisión política y abrió una puerta a la veta emocional. Antes que discutir con las fuerzas políticas el futuro, el presidente Calderón y su equipo se entregaron al comprensible duelo.

    Cuando la muerte de Luis Donaldo Colosio -guardadas todas las proporciones- el presidente Carlos Salinas convocó en Los Pinos indistintamente a líderes de su partido y antagonistas, incluido el dirigente panista Carlos Castillo Peraza, a discutir el entorno político y el futuro de la gobernabilidad.

    No ha sido el caso con el fallecimiento de Mouriño. No lo será.

  2. La ausencia de Juan Camilo Mouriño impacta en el punto de estabilidad del equipo de gobierno del presidente Calderón. No sólo por la función en sí misma del secretario de Gobernación sino por el liderazgo que él tenía en el equipo de trabajo. Sin embargo, era claro que el gabinete federal tenía un desequilibrio interno derivado del poderío de Mouriño, de la confianza sin límite que le otorgaba el Presidente y de las alianzas internas que él había logrado, mismas que inclinaban balanzas y decisiones.

    Emocionalmente el gabinete calderonista está quebrado. Políticamente también.

    La paradoja es que quien provocaba discrepancias ahora reúne fraternidades; quien generaba malestares ahora cosecha bondades; quien molestaba con su presencia ahora es lamentado por su ausencia.

    El punto de quiebre es real: el presidente Calderón tiene que rehacer la estabilidad de su gabinete. Ésa no se la dará, necesariamente, el nuevo titular de Gobernación sino una redefinición del peso de los círculos íntimos y la apertura hacia nuevas voces y nuevos protagonistas de la política...

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