TOLVANERA / Desaparecidos

AutorRoberto Zamarripa

Durante un encuentro de Enrique Peña con mujeres en Guadalajara realizado el pasado viernes, la dirigente femenil priista, María del Refugio Ruiz, dijo que muchos hogares siguen llorando la desaparición de sus hijos producto de la narcoviolencia. La reacción del auditorio femenino ahí presente fue de silencio, de resignación, de aceptación. No es la primera vez que a Peña le ocurre algo así. Que de frente le reten a resolver el problema de los desaparecidos que se ha agudizado en México a raíz de la violencia descarnada y la impunidad prevaleciente. Durante una gira de precampaña en Durango, madres de familia lo abordaron para presentar también una denuncia por hijos desaparecidos. El problema es grave sobre todo en entidades del norte del país. Además de Durango lo es en Nuevo León, Tamaulipas y Coahuila. También en Chihuahua y desde luego en Jalisco.

Estremecen las estimaciones de la CNDH de que 9 mil cuerpos quedarían sin identificar en este sexenio de la violencia (Reforma, 01/04/12). Junto con ello hay 5 mil reportes de desaparecidos y el descubrimiento de 350 fosas clandestinas con más de mil 200 cuerpos.

No solo Peña Nieto ha recibido los reclamos o las denuncias. Josefina Vázquez Mota y Andrés Manuel López Obrador conocen de denuncias directas encontradas a lo largo de sus recorridos de precampaña y, sin duda, se enterarán de más durante su proselitismo rumbo a la Presidencia de la República. El problema es la carencia de respuesta. El drama de los desaparecidos se magnifica con la impunidad y el desdén. Desaparecen los familiares y desaparecen las evidencias. A la fosa clandestina van a dar los datos de responsables y cómplices. Los enterradores pertenecen a distintos grupos criminales pero también a distintos cuerpos policiacos o militares del país.

Las matanzas son crueles y las formas de desaparecer evidencias rebasan imaginaciones y sadismos. Desde deshacer cuerpos en ácido, cremarlos en hornos clandestinos, destazarlos o destrozarlos para ser enterrados en fosas, aventarlos a mares o lagunas, los asesinatos y desapariciones de miles de personas que sucumben en la vorágine de la narcoviolencia han paralizado a las autoridades.

No hay protocolos de identificación de cadáveres. Pero eso ya es pedir demasiado. Es obvio que no se cumplen los protocolos de investigación criminal. Las más de 50 mil muertes de la narcoviolencia en el sexenio tienen a muy poquitos culpables en las cárceles. Las cadenas delictivas no son rotas sino...

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