TOLVANERA / De capillas

AutorRoberto Zamarripa

Una capilla política atada a un poder fáctico determina las reglas de la vida pública. Es el signo de los tiempos y la crítica expresión de una vida pública atrofiada.

La capilla depende de un poder fáctico no de un poder electo. Dicho de otra forma, hay que ser electo para ser consentido por el fáctico y hay que subordinarse al fáctico para ser electo.

Como las querencias de los poderes fácticos -en este caso los monopolios de la televisión- son efímeras, los periodos de decisión política se acortan y duran hasta la renovación de la próxima concesión o la aprobación de la próxima ley. Después, los políticos consentidos que actuaron como empleados del poder fáctico, se convierten en despojos y hasta sus rostros son borrados de las pantallas.

Este sistema de arreglos permea el resto de decisiones de la vida pública. Un candidato a Ombudsman para ser electo debe juramentar su compromiso de no tocar a una de las Iglesias; un futuro ministro de la Corte debe comprometerse a no dictaminar contra concesionarios de medios electrónicos; un comisionado de la transparencia gubernamental debe asumir su fidelidad con la secrecía de la información presidencial.

Los legisladores validan los vetos que imponen poderes ajenos a las instituciones electas o representativas. Existe ahí un doloroso principio de corrupción donde el futuro integrante de las instituciones autónomas ingresa acotado, a cambio de jugosos ingresos, prestaciones y canonjías. El sistema de las complicidades esculpe la caradura.

Sucedió así en la decisión de la Ley de Ingresos o en la distribución del gasto 2010. La capilla política dominante, atada al poder fáctico, se convirtió en eje de las decisiones. El desfase entre ese sistema de arreglos con los requerimientos de reformas económicas o políticas empieza a atrofiar de manera alarmante el funcionamiento de las instituciones y su relación con los ciudadanos.

Los monopolios de medios electrónicos se han entusiasmado con el control de la política pública en buena medida porque sus otros controles comienzan a diluirse.

Las industrias del disco, la del video y de las telecomunicaciones han tenido un dramático cambio más allá del pirataje y han golpeado la hegemonía cultural de los monopolios. Las preferencias de las audiencias y telespectadores no pueden moldearse con la facilidad de antaño. La expansión de alternativas culturales desestructura los mercados controlados y modifica las pautas de las...

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