AL TIRO / Parque sin jardín 2

El jueves pasado dejé aquí una hermosa historia tapatía a medio contar: la del Parque González Gallo.

Retrocedemos en el tiempo: 1972. Son tiempos todavía del idílico "milagro mexicano" (¡ja ja ja!). Estamos por el rumbo del Paradero, no lejos del Tecnológico, tal vez el mejor ejemplo de arquitectura racional de la UdeG (muy lejos de la arquitectura irracional del adefesio con que sustituyeron la antigua escuela de música).

Justo enfrente de la fl amante fábrica de calzado Canadá, el Gobierno manda hacer un parque, el González Gallo. El proyecto recae en joven pero ya reconocido arquitecto, que a la sazón pertenece a los cachorros del partidote en el poder. Es de buena fortuna que el alarife tenga buen gusto y el parque quede muy decente, sobre todo si tenemos en cuanta que está situado en una zona industrial y aledaño a varios barrios populares, lejos de donde suele pasear la bienpensantía tapatía: los ricos, pues.

Pasan años, décadas. La zona, como el resto del país, se va para abajo. Del calzado Canadá ya no quedan ni sus trompudotes – "y don Sebas, tan campante!"–, es más: ni un exorcista hay a la mano, para que conjure la bancarrota de la empresa que alguna vez fuera orgullo del Estado y mina millonaria para su creador, don Salvador López Chávez.

Y luego llegó la conchuela, una peculiar y dañina especie de insecto que devoró los eucaliptos que poblaban el parque. Y entonces sí, todo se fue al traste, o como dicen en Yucatán: se gastó.

Después, el milagro: la burocracia local, otra peculiar pero no tan dañina especie, que lo dejó morir solo, decidió, por golpe de pluma hacerlo renacer de sus cenizas. Pero ahora, como corren nuevos...

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