AL TIRO / En una galaxia muy cercana...
Autor | Paco Navarrete |
Érase que se era una ciudad con clima privilegiado. Con inviernos moderados y temporadas de calor muy tolerables, pero con un sol abrasador. Pero bastaba con ponerse a la sombra para librar la peor parte de la canícula.
Y los hombres y las mujeres veían que era bueno. Los niños también, pero ellos no cuentan.
Entonces, los prohombres actuaron en consecuencia: se dedicaron a tumbar los árboles, pues frenaban negocios. Algunas mujeres también, por otras causas: les tiraban "basura" en sus banquetas, que deseaban mantener prístinas a punta de escobazos. El cemento debe lucir siempre en todo su esplendor.
El microclima de la ciudad comenzó a cambiar. Nacieron las "islas de calor", más bien zonas muertas, donde la ausencia de vegetación provocaba que la temperatura se elevara varios grados más que en zonas arboladas.
Y entonces la autoridad dio un manotazo en la mesa para igualar las cosas: mandó tumbar todo el arbolado que se pudiera, para evitar los privilegios. La consigna partía del principio verdadero: los políticos odian a los árboles.
Sobre todo, les molesta que no voten. Eso reduce su clientela.
Para compensar, decidieron alterar el rumbo de crecimiento. Y es que antes, por muchas décadas se habían inclinado ante el dinero de los fraccionadores, extendiendo la mancha de concreto a niveles insostenibles.
¿Por qué insostenibles? Porque la ciudad creció de un modo muy sencillo: los antiguos dueños de haciendas agrícolas las urbanizaron y crearon las colonias de abolengo y las de no tanto. Sus compadres, que tenían sus tierras de labor un poco más lejos, crearon fraccionamientos suburbanos. Y los especuladores de más allá de donde da vuelta el viento, crearon ciudades dormitorio.
En las ciudades dormitorio la gente vive o más bien sobrevive, pues acude ahí en la noche a tirar sus cansados huesos para salir en la madrugada a trabajar, a varias horas de recorrido en transporte colectivo.
No está de sobra decir que proveer de servicios a esos tumores externos es carísimo. Hay que tender kilómetros de vías, de ductos, de cables. Y además concreto, mucho concreto. Eso es insostenible.
Entonces, los políticos decidieron, "que la ciudad crezca pa' arriba". Y vieron que estaba bien. La chata ciudad ahora tenía sus copetes de varios pisos, donde los jóvenes de brillante porvenir podían asomarse a los ventanales en el atardecer y gritar, como el chamaco que se ahogó en la película del Titanic, "¡Soy el rey del mundo!".
Pero no...
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