AL TIRO / Para la foto

AutorPaco Navarrete

Malas noticias para quienes cuentan los días para que acabe el sexenio, deseando que la frivolidad y disparates que reinan por estos lares lleguen también a su fin: eso no sucederá. La frivolidad y los gestos melodramáticos que sólo buscan agradar a la gayola, han llegado para quedarse.

Y no sólo es el estilo del Gobernador en turno -aunque en su caso podríamos hablar de un verdadero don- , también lo es de sus cercanos competidores, como el aspirante más serio -"serio" es un decir- a sucederlo en el trono virreinal: el Presidente Municipal tapatío.

¿Con qué méritos lo sucedería? Pues con los mismos con que Emilio ha llegado a sus cargos: ninguno. O ninguno que valga la pena, pero sí muchos de los que ahora parecen funcionar para arrasar en las urnas: presencia frecuente en los medios de comunicación, aunque sea pagada, y una dura concha que envidiaría cualquier quelonio de los de verdad, no los burócratas.

Una característica divide a Emilio González de sus antecesores: es el primero que no sólo responde a la gayola, como cualquier gobernante de estirpe populista, sino que parece vivir exclusivamente para agradarle. Como aquellos césares de la antigua Roma que, no contentos con brindar leones y gladiadores para que el populacho los aclamara, agarraban la espada y se lanzaban al mismísimo ruedo a echarse un tirito con el que se pudiera... y ay de él si osara ponerlo en ridículo: ¡cuello!

Antes, de Carlos Rivera Aceves hacia atrás, los Gobernadores se ganaban el puesto, si no en las urnas, que sólo eran elementos decorativos, al menos en los pasillos y antesalas del poder, lamiendo botas, haciendo méritos y demostrando, a poco, que eran capaces de afrontar cada vez mayores responsabilidades... y de repartir sabiamente los frutos de sus expolios "entre padrinos", clientes y amigos.

Y después, tanto el Gobernador ranchero como su sucesor Opaco pueden presumir que al menos llegaron con el poder de los votos como respaldo, pero igual tuvieron que hacer como que gobernaban, con el riesgo implícito de perder popularidad. Tanto, que Opaco se daba, incluso, el lujo de mostrarse autoritario, algo que en esta era de exposición mediática constante y en tiempo real sería impensable, casi un suicidio político.

Eso sucedía apenas hace 10 años. Ahora, lo que viene es...

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