AL TIRO / Buenas intenciones

AutorPaco Navarrete

Antier aplasté a mi hijita, la hice llorar y no sólo no le pedí disculpas, sino que la regañé. Sí, ya sé: soy una bestia. Como en las caricaturas, mi cara la sentí como suela de zapato. No crean que lo escribo aquí para presumir mi hazaña, como si fuera un foro de expresión para ogros de los cuentos de hadas. No. Lo hago para contarles que, una vez que se calmaron las aguas -es decir, el griterío de chiquillos que me había distraído-, le ofrecí una disculpa diciéndole que había sido sin querer. Ella, por supuesto, no es rencorosa y además la infancia es la única edad en que la intención es lo que importa. Pues en la edad adulta, de poco o nada sirve.

De un niño esperamos que pruebe sin temor a errar, que dude, que aprenda. Le permitimos que se equivoque, siempre y cuando -le decimos- sea con buena intención. Si lastima a otros, el hecho de que haya sido "sin querer", abona en su descargo. Claro, hay que explicarle que todo tiene su consecuencia y como en el Turista, si se pasa de listo tendrá que ir directo a la cárcel sin cobrar en México (a diferencia de nuestros funcionarios públicos, donde la impunidad es norma).

Esa es, entonces, una gran diferencia entre la niñez y la vida adulta: el "fue sin querer" no sirve de mucho a los afectados por una desgracia. La responsabilidad cobra vida (la irresponsabilidad, vidas). Hacemos la distinción sólo para no acrecentar la desgracia: si un automovilista sufre un terrible accidente con su familia, no le vamos a cargar la mano porque no serviría de nada. El daño está hecho. En cambio, un secuestrador o un violador despiertan como pocos el instinto de conservación de la manada y, por qué no, también al pequeño príncipe de la Iglesia que todos llevamos dentro: a la hoguera, sin mayor trámite.

Y en asuntos no tan graves, aunque no dejan de ser enojosos, es muy claro el cambio sufrido en los últimos años en cuanto a estilos de gobernar. En pocos años pasamos de la impunidad absoluta del viejo régimen y su autoridad incuestionable (como un papá ensimismado, que aplasta incluso sin intención de hacerlo y además se permite acallar la protesta o hasta las lamentaciones), a la autoridad diluida -si no por otra razón- por simple...

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