Al Tiro / Las aguas

AutorPaco Navarrete

Jalisco, hermosa tierra de exuberancia. Rincón florido de ese bendito cuerno de la abundancia mal llamado República Mexicana, porque su denominación de origen reza Estados Unidos Mexicanos. Vergel donde todo nace, crece, se reproduce ilegalmente con mayor celeridad que conejos enjundiosos y se vende al menudeo en tianguis y centros comerciales de caché.

Jalisco es también tierra de lluvias pródigas. Lo malo es que ya son demasiadas para un solo año. Nos estamos ahogando. Si Los Altos están inundados, imaginen cómo estará el resto del estado. Llueve y llueve: en mi casa no se lava desde hace dos semanas, porque no hay cómo tender la ropa, y yo ya empiezo a despedir un cierto tufillo a Cuenca del Ahogado.

Ya no me preocupa lavar mi carro, sino que deje de funcionar en pleno aguacero. Bajarse a empujarlo se convierte en un deporte de alto riesgo, que combina la enervante molestia de destrozar los veintiúnicos "zapatos de vestir" (¿cuáles son los de "desvestir"?) con el riesgo latente de pescar una neumonía fatal, y con las infaltables muestras de solidaridad de los compañeros automovilistas: no mal se detiene la máquina cuando, solícitos, te traen a colación a la mayor de tus parientes, con la vana esperanza de que la santa señora se ponga a empujar la carcancha, mientras intentas arrancar de clochazo y en segunda. Ilusos.

Agua pasa con mi casa...

Pero es una exageración que Jalisco sea una tierra de lluvias abundantes. En realidad, abundan donde menos se necesitan, en la ciudad, y escasean en el campo. Así, caen los tormentones que inundan calles y colonias enteras, y arrasan con casas que, curiosamente, fueron...

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