Vinos/ Tiempo de tintos

AutorRodolfo Gerschman

Como éste es año de elecciones, quiero ayudarles a elegir el vino que realizará todos sus sueños, desde el de la felicidad de un país único en dinamismo y prosperidad, hasta el del amor igualmente único, no porque no haya habido otro en la vida, sino porque nunca habrá otro igual. ¿Cómo puede un vino prometer tanto? imagino que se estarán preguntando. La misma pregunta me hago con respecto a las promesas que oigo de los políticos, las que hemos oído hasta ahora y las cuantas más qué nos quedan para todo este 2003.

Pero no hay que caer en el desánimo ni el escepticismo. No hay vino perfecto, y mucho menos políticos. La ventaja del vino es que en el caso de no gustarnos podemos prescindir de él en los próximos seis años. Cuando la promesa y la realidad no coinciden, con una botella basta y sobra. Por eso es que finalmente no me parecería mal que los cargos políticos sean reelegibles y tampoco que se acortaran los periodos de su ejercicio. Un mal vino y un mal político sólo se parecen en el suplicio de la la reiteración.

Quedémonos, entonces, en los vinos. Aunque todavía no terminan de estallar las burbujas del champagne y otros espumosos, ésta es la época ideal para el tinto. Así como el blanco evoca calor, playas y terrazas asoleadas de restaurantes, el tinto parece estar hecho para las estaciones gélidas. En casos extremos como el del norte de Europa, existe por eso la costumbre de beber en estas épocas tinto caliente con azúcar, energizante que te hace entrar en shock calorífico de la cabeza a la punta de los pies.

De hecho, y a reserva de oír la opinión de un nutriólogo, imagino que el vino tinto tiene más calorías que el blanco. Durante su elaboración el mosto permanece días o semanas en contacto con los orujos, extrayendo de ellos la materia que se funde en el líquido y que le da a algunos vinos una apariencia densa y oscura, a la vez que irrumpen en el paladar con una textura llena y aterciopelada.

No sucede con el blanco, que sólo permanece con los orujos el tiempo necesario para apropiarse de algunos aromas. Es la diferencia entre tintos y blancos: los primeros deben macerarse para extraer color, que está en el orujo, mientras que los segundos son el puro (o casi) producto de la pulpa de la uva transformada primero en mosto y luego en vino.

Por otro lado los tintos se beben a temperaturas que están entre 15 y 18 grados, contra temperaturas de entre 8 y 12 en los blancos. No más con este dato es suficiente para que atraigan más los...

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