Territorios para el cine

AutorRafael Aviña

Con la llegada del cine, la Ciudad de México se trastocaba en un personaje fílmico entrañable y poderoso. Del Parque María Luisa de la Colonia Industrial en El revoltoso, a las plazoletas del centro histórico captadas por Jorge Fons en El callejón de los milagros, la Colonia Narvarte en Dulces compañías y Crónica de un desayuno, o la visión del Parque México en Novia que te vea, de Guita Schyfter. Melodramas prostibularios y cabaretiles, películas de luchadores, dramas urbanos, cintas policiacas, románticas y de horror, e incluso relatos nihilistas, reprodujeron diferentes aspectos de una inquietante metrópoli como la nuestra, proyectados a su vez en palacios fílmicos que ahora aparecen como vestigios de una época que se niega a morir.

A 100 años de distancia, la Colonia Condesa y sus territorios aledaños se han integrado tanto física como emocionalmente, a la historia fílmica de nuestro país y sus calles, parques, avenidas y glorietas, han mostrado sin proponérselo el devenir de una industria de la exhibición que llegó a convertirse en una de las principales fuentes de empleo en nuestro país muchos sexenios atrás. Tan sólo, a 29 años de su nacimiento, la Condesa-Hipódromo se convertía en el escenario de una de las películas más importantes de nuestra cinematografía que inauguraba de paso el cine sonoro en México. Santa (31), de Antonio Moreno, con Lupita Tovar, basada en la novela de Federico Gamboa, narraba la desventura de cargar a cuestas con el oficio más antiguo del mundo; el de la jovencita ingenua seducida y abandonada, orillada al vicio, y tenía como fondo, en algunas de sus secuencias, la Plaza Popocatépetl.

Tres años después, el 11 de abril de 1934, Sábado de Gloria, por cierto, se inauguraba el majestuoso Teatro-Cine Hipódromo en la esquina que forman las avenidas Revolución y Jalisco. La obra del arquitecto Juan Segura -cuatro décadas después: Lumiere Hipódromo-, se estrenaba con la película alemana Las quiero a todas, protagonizada por Jan Kiepuck, el mejor tenor del mundo, según la publicidad de Cine Alianza Mexicana, el mismo día que los titulares de los diarios del país anunciaban el inminente destierro de Calles y Morones.

Las salas cinematográficas no sólo se concretaban a albergar a audiencias fascinadas ante esas imágenes en movimiento, se trastocaban en verdaderos espacios de convivencia urbana. Un ritual familiar que se iniciaba desde varias horas antes y cuyo clímax aparecía justo cuando uno cruzaba el umbral que...

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