Terlenka

CrisisGuillermo Fadanelli

EL UNIVERSAL¿Los periodos de crisis en la vida colectiva son un aliciente para pensar y sobrevivir? O quizá no y su reconocimiento tiene que ver solamente con un inmemorial ritual humano. Sin la presencia o amenaza de una crisis global, el sentido de la fiesta perdería oportunidad y seriedad también. Acaso es necesario vivir en medio de una desgracia colectiva para aprehender lo humano y lo racional como formas de supervivencia. Hasta entonces uno se da cuenta por qué razón un dolor personal, la ruptura espiritual en el individuo no pueden ser transmitidos más que como mito o literatura.

Fuera de la literatura o de la mentira que se hace colectiva a través del lenguaje, el dolor no es nada más que nuestro (quizás lo único que verdaderamente nos pertenece). El dolor o la desgracia colectiva anula a los individuos. Los funerales son la prueba de que el sufrimiento íntimo no puede ser compartido. Las lágrimas, los cantos fúnebres e incluso los silencios respetuosos o los escándalos familiares y maritales poseen un lugar en la escena dramática. De manera semejante las sociedades entran en crisis y levantan sin pestañear su teatro decadente; las guerras laten en cualquier época y los déspotas miserables y los oportunistas toman las riendas de la misa colectiva.

Después de las primeras guerras mundiales, de los genocidios fascistas, del purgatorio bolchevique y de las guerras étnicas, el siglo veinte continuó su paso enérgico al convertir el dolor y la zozobra en una crisis constante, brutal y financiera, petrolera y tecnológica, primitiva y virtual: la tristeza se globalizó en forma de entusiasmo inocuo y como mercadotecnia de la ?felicidad.?

A finales del siglo veinte ?y en la década que le siguió? cualquier indicio de ?verdad política? en el mundo ?globalizado? se hacía pedazos apenas aparecía en el horizonte, las democracias dejaban de desarrollarse, detenían su marcha y se convertían en pantomima gestual: dejaban de ser teoría que se convertía en acción y fundamento a favor de la justicia y el desarrollo humanos para trocarse en mercadotecnia y teatro del instante. ¿Y no es esta manera de describir los sucesos históricos también un instrumento de la crisis para mantenerse vigente? Por supuesto que lo es: gritar y oponerse al estado de la sociedad, del mundo o de la historia presente sólo puede significar algo: la conciencia de la derrota debe mantenerse viva para que la crisis tenga lugar y estremezca nuestra cómoda...

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