Terlenka

(Embargada para sitios de internet hasta las 24:00 horas locales)AntipáticoPor Guillermo FadanelliEL UNIVERSAL"Nunca serás un hombre simpático", me dijo cierta tarde de vinos una mujer que no conocía la prudencia. Es cierto, le comenté, pero creo que si pensamos fríamente consideraría esa antipatía una virtud. Dado que no poseo ningún respeto hacia una buena parte del género humano, no ser simpático me pone en mi sitio y me devuelve un poco de la tranquilidad perdida.Serle simpático a las personas que en principio detestas te provoca un sentimiento contradictorio. Sus sonrisas son los colmillos que tarde o temprano te atravesarán el cuello. "Es cierto, sabes ser odioso cuando te lo propones", respondió mi amiga querida.Estábamos en la terraza de una taberna en Varsovia, en la avenida Marszalkowska hace más de un lustro y el recuerdo de esa conversación se mantiene aún de pie en medio de la ruidosa música de mi mente. No soy un ser que pueda ser odiado porque nunca he hecho mal a nadie, respondí de nuevo sin perder el pulso, solamente soy antipático y considero eso una bendición. Quizás si alguien entrara hasta los sótanos más oscuros de mi pensamiento encontraría motivos para detestarme, pero dudo mucho que alguien posea ese talento."Toda persona es una cárcel y también un rincón", escribió Nietzsche en "Más allá del bien y del mal". Y no satisfecho con esa somera y casi perfecta definición añadió: "Hay que apartar de nosotros el mal gusto de querer coincidir con muchos. Lo que puede ser común tiene siempre poco valor". Es verdad que yo no celebro estar de acuerdo con otras personas, pues es como si después de la coincidencia el mundo se acabara en esa orilla: como si el hecho de estar de acuerdo me amansara y me condujera a un corral en donde celebrar en cautiverio esas melosas afinidades. Reclamo para mi persona la antipatía absoluta porque sé que de ese modo lograré aproximarme cada vez más a la libertad.De la avenida Marszalkowska caminamos, mi amiga y yo, hasta la calle Fryderyka Chopina...

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