Teodoro González de León: Creación en silencio

AutorSilvia Cherem S.

Muy pocos reconocen al arquitecto Teodoro González de León (México, 1926) como artista plástico, disciplina que a sus 80 años sigue practicando casi en secreto. Pero si son pocos los que conocen sus series, son menos aún los que pueden descifrar los títulos de sus obras, obsesivos acertijos matemáticos.

Inversamente proporcional al éxito que alcanza como arquitecto es el desconocimiento que aún hay de su creación pictórica y escultórica. "Caballero andante de la arquitectura", como lo define Alejandro Rossi, ha plasmado en edificios públicos y de apartamentos, museos, centros cívicos, plazas, jardines, embajadas y residencias en México y el extranjero, una poética del espacio. Con economía de líneas, proporciones geométricas rigurosas y volúmenes masivos recubiertos con la piel dura del concreto cincelado con grano de mármol, ha creado un estilo propio con referencias a la arquitectura prehispánica.

Tanto en el Museo Tamayo, la remodelación del Auditorio Nacional, el Colegio de México y la Universidad Pedagógica Nacional, que realizó con Abraham Zabludovsky, como en el edificio Arcos Bosques, proyectado con Francisco Serrano y Carlos Tejeda, o el Fondo de Cultura Económica, hay una factura personal con la que González de León ha renovado la arquitectura mexicana.

En su estudio, ubicado en la casa que él mismo diseñó en 1996, en la calle Amsterdam de la Hipódromo Condesa, donde comparte sus sueños con Eugenia Sarre, atesora casi la totalidad de su obra plástica.

El espacio es limpio. Pocos cuadros penden de la pared porque defiende la idea de que los muros deben estar libres de todo objeto.

"Si uno cuelga las obras, se apoderan del espacio", dice.

En repisas y a la mano, tiene también las obras que le han regalado sus amigos: Desde mi azotea, de Agustín Lazo; un diseño de Goeritz, un desnudo de Soriano, un grabado de Francisco Toledo, un garabato catalán de Frederic Amat y un gesto minimalista de Jean Hendrix.

Sobre los libreros, está quizá lo más preciado: dos dibujos dedicados que le dio Le Corbusier, cuando a finales de los 40 trabajó en su taller, y un grabado de Picasso que presume habérselo robado.

"Cuando estudiaba en la escuela de Arquitectura en San Carlos, se presentó una exposición de Picasso en México. Un representante de Picasso trajo una placa de grabado, con la autorización de producir dos copias que él firmaría. Le recomendaron el taller de Alvarado Lang en nuestra escuela y ahí, frente a mis ojos, hizo cuatro copias para elegir las mejores. Las dos que rechazó las tiró al basurero. Cuando el francés se fue, Armando Franco tomó una, yo la otra. Alvarado Lang nos regañó, pero luego nos recomendó ponerlas en agua para borrar los dobleces. El grabado quedó perfecto. No está firmado, pero es uno de mis más preciados recuerdos".

En ese hogar-biografía, abrazado por los libros, la música clásica contemporánea y numerosas piezas de arte, González de León platicó de sus pasiones, manías e historia.

Pintor desde niño

De niño, Teodoro González de León obtiene su primer premio de dibujo en el Colegio Francés Jalisco, ubicado en la Colonia Roma, donde hoy es la Casa Lamm. Cursaba la primaria y era capaz de dibujar aviones con una precisión sorprendente.

En su casa nadie tenía una afición artística. Su padre era abogado y su madre se dedicaba al cuidado de sus seis hijos.

"Si a algo debo mi educación plástica es a las estampitas y cartas postales que mi madre coleccionó en su juventud, y al Larousse Ilustrado".

Ya en secundaria, el maestro Ibarrola sugirió buscarle un maestro de dibujo que pudiera potenciar su talento. Su padre contactó a un amigo que aceptó corregir los trabajos de Teodoro mientras dictaba clases en una primaria en la calle de Mesones. De entonces son los dibujos de vacas, caballos o tejocotes que pintaba los fines de semana en el parque de Tlacoquemécatl, los retratos de sus padres y hermanos y las magnolias al pastel que su madre atesoró.

"Aunque colgaban mis pinturas en la casa, a mis papás no les gustaba la idea de que yo fuera pintor".

González de León rompió amarras en la preparatoria.

"Me pesó enfrentar mis dudas con la familia, me rebelé, y a los 17 años rompí con todo".

Leía a Krishnamurti y, como dictaba "el...

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