Con temple y dedicación

AutorMaría Luisa Medellín

Desde los 4 o 5 años, los campeones regios de la Sub 17 ya pateaban el balón en las calles o escuelas de futbol de su colonia. En el Mundial, con sede en la Ciudad de México, dieron cátedra de temple y perseverancia. Los otros héroes fueron sus familias.

En el equipo ideal

Cuando a Jorge Caballero Torres lo convocaron para el Mundial Sub 17, cerró su muro en Facebook para concentrarse al 100 por ciento en su meta, y sólo lo reabrió para compartir el campeonato.

Este férreo defensa moreno y delgado inició en la escuela de Rayados a los 4 años, y como no había esa categoría, jugaba con su hermano Alejandro, quien le lleva 1 año y 3 meses.

"Desde entonces era entrón y muy seguro", interviene su mamá, Dora Torres, maestra de preescolar, quien separada de su esposo, Alejandro Caballero, se ha multiplicado para apoyar a sus tres hijos, ya que Álex juega con la Sub 20 de Rayados, y Adrián, de 13 años, en las Fuerzas Básicas.

"El problema es cuando se juntan los partidos. Mis hijos empiezan: '¿A quién vas a ir a ver?', y hay que echar un volado y mandar a tías y amigas a que acompañen a los otros.

"Me acuerdo que Jorge tendría 10 años cuando representó a Nuevo León, en Mérida, y en la Sub 12 fuimos a Lyon, Francia, donde quedaron en cuarto lugar, por lo que lo invitaron a un Mundial, en Uruguay. Ahí quedó en la alineación ideal, igual que con la Sub 17".

Luego, el joven vivió el proceso de dos años que el tricolor emprendió en varios países antes del reciente Mundial.

"Lo extrañábamos porque pone el ambiente en la casa. Además, había que hablar con los maestros de la prepa (la 1, de Apodaca) para que le aplicaran los exámenes y entregara sus tareas y trabajos cada que regresaba. Por fortuna, es muy dedicado al estudio".

Jorge, vecino de San Nicolás, y admirador de Walter Ayoví, confiesa que fue difícil concluir la prepa y está por ingresar a Arquitectura, en la UANL.

"Va a ser pesado. Tengo que trabajar más duro para aspirar a un lugar en el equipo mayor, pero hay que echarle ganas".

Campeón en la vida

¿Qué voy a hacer?, se preguntaba angustiado Lorenzo Gracia Guerrero, tras su divorcio y la responsabilidad de criar a sus hijos: Marcelo, entonces de 6 años; David, de 9, y Roberto, apenas de 3.

"Los dos grandecitos ya estaban en el futbol, el bebé necesitaba más cuidados, y yo, tiempo para estar con ellos", relata este hombre de lentes y aspecto pulcro.

Él trabajaba en las oficinas de una fábrica y se empleó como taxista para tener un horario...

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