Temen mi obra.- Lezama

AutorSilvia Isabel Gámez

Lo jura. "Mi trabajo hace que la gente se ponga muy loquita", dice el pintor Daniel Lezama.

La prueba es que sus galeristas a veces lo quieren y otras lo detestan. "Genero una gran ambivalencia". En 2000 sufrió el fuego amigo de la Galería Nina Menocal, "pedían a sus clientes que no compraran mis cuadros", y con la OMR mantuvo una relación funcional en términos comerciales, pero insuficiente en promoción.

Afirma que su arte -tremendista y oscuro, una obra inquietante donde late lo perverso- acobarda a los críticos. "Les mueve cosas que no se atreven a seguir, aunque siempre algo les gusta, porque hasta en el más violento y asqueroso de mis cuadros, si hay una víctima y un victimario, los dos están pintados con amor".

"Yo es otro", la frase que Rimbaud escribió a los 16 años, Lezama la siente suya. Pasó su primera década de vida entre Texas, México y París, siempre deseando estar aquí.

"Sentía una profunda identificación emocional con México, pero a partir de un gran desconocimiento. Lo que buscaba en mí era lo otro; yo era otro".

Los mundos que crea surgen de una inmersión en su propia oscuridad, "a veces luminosa", donde México -sus cuerpos y almas, su miseria y su misterio- siempre está presente.

"Tienes que ir con una lámpara y ver qué hay, porque eso eres tú, es tu herencia interior".

Sus imágenes nacen de ensoñaciones, de zambullidas en el imaginario en las que, a medida que pasa el tiempo y desciende los peldaños de su infierno personal, lo más esencial se vuelve visible.

"El progreso para mí es el conocimiento de ese misterio que te hace mortal y a la vez da sentido a tu mortalidad. Creo que volverse artista, en el sentido más chingón, es ese descenso a lo que tú no conocías o querías saber de ti".

Pintar le resulta agotador porque las imágenes tardan mucho en llegar. "Lo que pasa es que tu capital poético se va gastando. Cuando empecé tenía las pilas cargadas de años de no pintar, y ahora tengo que ir administrando, día con día, ese capital poético, porque no tienes grandes etapas de vivir, de recibir. Siempre estás dando, estás dando".

Lezama tuvo un padre pintor que no creía en el arte. Un día, ese hombre de familia acomodada que huyó de México por su alergia a un país que consideraba primitivo, estaba pintando una copia en el Museo del Louvre cuando un millonario texano se le acercó para invitarlo a trabajar en su casa de Fort Worth.

"Mi padre vendía copias y era muy bueno, pero no desarrolló un discurso artístico. Cuando hacía...

Para continuar leyendo

Solicita tu prueba

VLEX utiliza cookies de inicio de sesión para aportarte una mejor experiencia de navegación. Si haces click en 'Aceptar' o continúas navegando por esta web consideramos que aceptas nuestra política de cookies. ACEPTAR