Teatro para la reinserción social

AutorAndro Aguilar

Ungrupo de reclusos, colocados en medio círculo, atiende las indicaciones de un hombre de baja estatura, pelo cano y barba abultada. Es Jorge Correa Fuentes frente a personas recluidas en un centro federal. Les pide que arruguen una hoja en blanco y después la extiendan. Quiere mostrarles que, a pesar de las marcas adquiridas, aún es posible escribir nuevas historias en ellas. De pelo corto, algunos con tatuajes, los internos batallan para enumerar sus virtudes, como se los solicita Correa.

Después, los reos reciben un regalo. "No lo abran", les ordena. Alguno sacude la pequeña caja para intentar adivinar su contenido. Dentro, les advierte Correa, encontrarán algo de un ser muy querido para cada uno.

Al abrirlo, los reclusos encuentran su propio rostro.

Algunos se quiebran al reconocerse, después de varios años, en el pequeño trozo de espejo puesto en sus manos. Otros se sorprenden, al ver quiénes son con el paso del tiempo.

Uno no aguanta más y se dirige hacia Correa. Llora. Lo abraza. Se desahoga.

La escena corresponde a una de las dinámicas realizadas por Jorge Correa en las más de 300 cárceles que ha recorrido durante casi cuatro décadas haciendo teatro penitenciario.

¿Qué impulsa a un nombre a recorrer las prisiones del país con la intención de reinsertar socialmente a quienes son identificados como los criminales más peligrosos?

"EL INFIERNO"

Jorge Correa es una especie de Quijote, que apuesta por quienes pocos arriesgarían algo.

Él dice parecerse más a Sancho Panza, pero reconoce que su intención de recuperar a los hombres peor vistos por la sociedad puede parecer mesiánica.

Hay algo de megalomanía en ello, admite. Pero hay, sobre todo, una creencia en las personas.

Por eso viaja a lo que él llama "el infierno" y repite frente a los internos, como un mantra, la frase de Ignacio de Loyola, fundador de la congregación jesuita: Ad maiora natus sum ("He nacido para cosas grandes").

Jorge Correa representa una cara amable en un sistema penitenciario (el mexicano) que apuesta por la implementación de penas cada vez más duras y la construcción de cada vez más prisiones.

Nacido en Salvatierra, Guanajuato, hace 65 años, Correa busca que los detenidos desarrollen una óptica distinta sobre su vida.

Incluso hoy, que es empleado del Órgano Administrativo de Prevención y Readaptación Social de la Secretaría de Gobernación, sigue creyendo que todos los hombres tienen remedio, a pesar de la fama que tengan dentro de las prisiones de máxima seguridad en las que ha trabajado, donde conoció a personajes como Joaquín El Chapo Guzmán, Mario Villanueva Madrid o los hermanos Arellano Félix.

"Hasta el más acérrimo maloso. Hasta el mismo Diablo, yo diría. El Diablo era bueno. ¿Por qué no volverlo otra vez a su nobleza?", asegura.

Correa sabe que gran parte de los empleados de su dependencia no opinan lo mismo que él.

Hace unos años, relata, un funcionario con jerarquía lo cuestionó directamente: "¿Para qué les das margaritas a los puercos?". Pero él insiste en demostrar que todas las personas pueden cambiar, a pesar de que la política penitenciaria apueste por lo contrario. Y, por eso, la UNESCO lo reconoce como "Padre del teatro penitenciario".

"Políticamente, el país está teniendo muchas transiciones. Ya no se cree tanto en el tratamiento del individuo, ahora es la contención, el encierro. No puedes darle un enfoque humanista, porque el neoliberalismo y la globalización no creen en el ser humano. ¿Cómo vas a humanizar? En lugar de apostarle a la prevención, ahora es construir...

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