Entre Taza y Taza/ El café de dos padres

AutorFelipe González

La voluntaria rutina matinal de mi padre en los últimos años de su vida se iniciaba con la preparación del café. Después, seguía el jugo de naranja pero recuerdo que entre cada actividad tomaba frecuentes respiros pues su grave enfisema pulmonar le exigía hacer varias pausas durante la faena.

A pesar del gran esfuerzo que le significaban estas sencillas tareas, para él era un gusto que en la familia disfrutamos cada mañana su par de bebidas recién hechas.

En muchos de los años que viví en Baja California la oferta mexicana de café en grano se limitaba a dos compañías torrefactoras. Una, la sonorense Café Combate y otra, Café El Marino, de Culiacán, Sinaloa. Había más opciones sí, pero en los supermercados del sur de California y eso implicaba dar dos pasos que a mi padre le disgustaban mucho: primero someterse a la revisión de algunos oficiales de migración y después comprar mercancías de Estados Unidos cuando las había hechas y disponibles en México.

Para mi madre, que cruzaba la frontera varias veces a la semana, hubiera sido más sencillo incluir en el resto de la despensa unas latas de café molido, pero hay un tiempo en que las consideraciones a la pareja son más importantes que la ventaja práctica o la conveniencia. El café y las naranjas quedaron El café de dos padres entonces en el ámbito de competencia y decisión paterna hasta que su cuerpo ya no resistió más.

Tal concesión implicaba que mi padre visitara semanalmente uno de los expendios de café en grano, que seleccionara y supervisara la mezcla de puro con un poco de tostado con azúcar y que lo trajera recién molido a casa para guardarlo. La mezcla que hacía era única, aromática y muy sabrosa en opinión de mi madre y mi padre disfrutaba ese elogio cotidiano con el pan que ella horneaba en las mañanas.

La cocina ya olía a café y pan cuando los hijos restantes empezábamos el día. Después nos llevábamos esos aromas grabados en la memoria junto con su imagen a través de la ventana: de pie...

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