Supera 3 infartos, lo acaba granada

AutorJosé David Estrada

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MORELIA.- Siempre le gustaron las cosas como la que se dio el Día del Grito, algo tumultuoso, de escándalo, y en un hecho así murió.

A Alfredo Sánchez Torres siempre le gustó ser el centro de atención. Era el que más gritaba en la porra del Morelia y quien cargaba la cruz más pesada en las procesiones de Semana Santa.

Fue un luchador que venció el ataque de tres infartos al corazón y que sucumbió finalmente ante un mal que no era suyo, ante un mal social.

Lo mataron las esquirlas de una granada que alguien ligado al crimen organizado hizo explotar en el Centro de Morelia el día del Grito de Dolores.

Alfredo, quien dejó de existir a los 54 años, nació en la Colonia Juárez, un barrio popular cerca del Centro moreliano, con casas bajas de muros anchos y calles angostas.

Creció rodeado de otros muchachos, que como él, eran fanáticos del futbol.

Cuando tenía 12 años, el presbítero José Zavala Paz formó un equipo en el que Alfredo era el portero.

"Era un portero suicida, se aventaba a lo que fuera, se tiraba a los pies de los delanteros sin importarle nada", recuerda Eugenio Altamirano, quien jugó con él en el Maranatha, un nombre bíblico que quiere decir Ven, Señor.

En las fotografías de esa época se aprecia a un portero que seguramente habrá servido de inspiración para René Higuita, el arquero de la Selección de Colombia que se distinguía por su larga y rizada cabellera, sujetada por un listón rodeándole la frente. De ese tiempo, Alfredo conservó el bigote, pero se cortó el pelo que siempre fue oscuro y abundante.

Con Alfredo jugaban otros vecinos del barrio, entre quienes están José Luis Hernández, o el Chelís, quien se hizo novio de una de las hermanas del portero de su equipo.

"Como yo era el capitán, había veces que no lo alineaba, pero eso me costaba no ver a la novia en la noche", recuerda José Luis, quien con el tiempo se convirtió en uno de sus amigos más cercanos.

Chelís tiene un taller de rótulos en el que durante un tiempo Alfredo trabajó como ayudante.

Era un milusos porque sabía de todo, lo reparaba todo. Fue rotulador, pintor, le hacía a la herrería, a la panadería. Fue chofer, obrero y en el trabajo que estaba últimamente era el encargado de la nómina, pero allí le decían "el contador".

El taller de José Luis tiene un escritorio que en otro tiempo pudo haber ocupado alguna oficina gubernamental. Hay sólo una silla, pero a los visitantes les acercan unos bancos chaparros de madera gruesa y robusta pintados de azul celeste.

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