Subterráneo / Voto anticipado

Desde hace mucho tiempo, en la práctica desde siempre -nomás imagínese: desde que el toreo estaba en las calles de Durango, ahí donde ahora hay un Palacio de Hierro-, la mejor manera que tenía un político de medir su popularidad era que se fuera a los toros.

No había encuesta más veraz ni más inmediata. Bastaba con que llegara y la gente lo viera, para saber cómo andaban sus votos. La prueba de fuego, claro, venía cuando le brindaban un toro: al levantarse a cachar la montera se soltaban los aplausos o le caía encima la chifliza, según.

Los toros eran y todavía son, uno de los pocos lugares donde hay igualdad y democracia. Tanto da que se trate del señor presidente, del regente de la ciudad o de la belleza del momento: todos reciben en aplausos, en gritos o en chiflidos la opinión popular.

Había algunos a los que casi siempre les iba bien. Adolfo López Mateos siempre recibió vivas y aplausos. "¡Ese es mi presidente!", se oía el grito destemplado desde las galerías de sol. Tampoco le fue mal a Manuel Camacho en sus tiempos de regente: aunque tibios, recibía más aplausos que chiflidos. A Gustavo Díaz Ordaz, en cambio, siempre le fue mal. En los primeros años de su gobierno era como si no existiera, pero un domingo de 1969 se le ocurrió ir a la plaza y la chifliza, el abucheo y los gritos -hasta "asesino" le dijeron-, duraron varios minutos.

Las mujeres guapas también ganaban lo suyo. Una vez le brindaron un toro a María Félix, que en ese entonces andaba con Agustín Lara -a quien la gente también quería-, pero la broma era inevitable: "¡Está muy gordo tu paraguas!", les gritaron. Y otra vez en que llegó Rosa Carmina, una morenaza alta y voluptuosa que empezaba como actriz, acompañada por

Juan José Orol, su director y productor, no hubo toro en el que no surgieran la broma y el ingenio.

Sí: no hay como los toros para conocer la opinión popular.

CUAUHTEMOC

El domingo pasado fue la primer corrida de la temporada grande y Cuauhtémoc Cárdenas, a la mejor creyendo que todavía está en campaña, fue a la Plaza México con Ricardo Pascoe, el delegado en la Benito Juárez.

Al principio todo fue bien y si alguien lo descubrió no le hicieron caso, pero cuando el matador Federico Pizarro decidió brindarle la faena del "Siete Mares"...

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