SOTTO VOCE / Consagración primaveral

AutorLázaro Azar

PARÍS.- La noticia corrió como reguero de pólvora: el afamado director Rafael Frübeck de Burgos había sido operado de emergencia y en menos de una semana había que hallarle un sustituto para que tomara su estafeta al frente de "la crema de las orquestas francesas" (Enrique Bátiz dixit). El riesgo era mayúsculo: no cualquiera podría rescatar un programa que había sido "hecho a su medida" y que contaba, además, con un solista cuyo nombre basta para llenar por sí solo cualquier sala: Nikolai Lugansky.

A propósito, la sala no era menos importante: las presentaciones tendrían lugar en la mítica Sala Pleyel, que no será la misma que inauguró Ignaz Pleyel en 1827 en la calle Rochechouart y donde tocaran Liszt o Chopin, sino en la renovada sede que abriera un siglo después en el 252 de Faubourg Saint Honoré con la presencia de Stravinsky, Hahn y Ravel y por la cual han desfilado todos los grandes del siglo 20 a la fecha. Presentarse en este escenario es un ideal en la carrera de cualquier artista y triunfar en él "una consagración", por emplear un término muy socorrido en estos días que anteceden al centenario -este 19 de mayo- de que La consagración de la primavera se estrenara aquí, en la Ciudad Luz.

Cuando las circunstancias se dan para llegar inesperadamente a la Sala Pleyel y se gana el fervor del público, como ocurrió este miércoles, no faltan comentarios evocando otros remplazos célebres que han pasado a la historia: Bernstein sustituyó a Bruno Walter en la Filarmónica de Nueva York, Pavarotti a Giuseppe di Stefano en Covent Garden y Horowitz saltó a la fama tras sustituir en Berlín a un pianista cuyo nombre, nadie recuerda.

Eran las ocho de la noche de este miércoles 17 de abril cuando, quien apareció ante la Orquesta de París remplazando a Frübeck de Burgos fue Alondra de la Parra, llamada en virtud del repertorio con que le ha ganado tanto prestigio a su acelerado currículum. Segura y desbordando garbo, abrió la velada con el colorido Capricho Español de Rimsky-Korsakov.

Cuánta pericia evidenció al acompañarle a Lugansky el Segundo Concierto, Op. 21 de Chopin. Dueño de un sonido exquisito y un burbujeante touché con el que encantó durante el Finale, este admirable virtuoso...

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