'Sólo le pido a Dios una muerte sabrosita'

AutorBlanca Ruiz

Silverio Pérez

TEXCOCO.- El miedo no conoce nombre, edad o circunstancia. Puede surgir entre los cuernos de un rumiante embravecido que pesa más de 400 kilos para intimidar a quien se le enfrenta vestido de luces. Brazo izquierdo en la cintura, y el célebre derechazo en acción, Silverio Pérez levantó al público de sus asientos con intermitentes y apasionados ¡olé!, ¡olé!, ¡olé! Era joven cuando se retiró; sólo tenía 37 años, y dijo adiós al miedo. Y ganó otra vez, hasta ahora, la vida.

Hoy, a sus 85 años, lejos de aquellas tardes de "sangre, sol y oro" en las que los espectadores coreaban el pasodoble de Agustín Lara ("Silverio, Silverio Pérez... torero, torerazo..."), el matador evoca con buen humor la mejor época de su existencia: "Pese al temor tan grande que sentí, tuve la profesión más bonita. La fiesta brava es la más linda de todas".

A casi cinco siglos de que surgiera la tradición de la tauromaquia en México, desde que se registró la primera corrida en 1526, las décadas de los 30 y 40 pasaron a la historia por las estocadas de figuras como Fermín Espinoza "Armillita", Lorenzo Garza, Luis Castro "El Soldado", Manuel Rodríguez "Manolete" y Silverio Pérez, "El Faraón de Texcoco". Retirado del ruedo y de la plaza de la política, donde incursionó a lo largo de 20 años, Silverio Pérez es una leyenda que recorre las calles de esta ciudad, donde fue Presidente municipal tres veces.

El agente de tránsito, el taxista, la señora que va al mercado, el niño con el pan, a quien se le pregunte, puede indicar el camino a su finca, en el pueblo de Pentecostés, que se encuentra adelante de Texcoco. Pasan de las 11 de la mañana cuando Silverio, quien se conserva esbelto, invita a pasar a la sala, donde hay una pintura con el retrato de su esposa, María de la Paz, de quien dice: "Ahorita está dormida porque se desvela leyendo novelas, relatos, todo tipo de libros hasta las cuatro o cinco de la mañana... y yo tengo que ponerme mi antifaz en los ojos, por la luz...", señala entre risas.

En otra pared, al fondo, cuelgan dos cabezas disecadas, que testimonian el inicio y el adiós de los dos hermanos: Carmelo y Silverio.

"Sólo conservo estas dos cabezas: el toro de la alternativa de mi hermano Carmelo, que se llamaba Granado, y el toro de mi despedida, Malagueño". Por Carmelo, usted se dedicó a los toros, pero su destino fue diferente...

Carmelo siempre se exponía a ser agarrado porque se metía en el terreno del toro. De las muchas cornadas que tuvo, una le...

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