Sofía Orozco / Cosas que antes no pasaban

AutorSofía Orozco

Antes no llovía como ahora; o tal vez sí, pero no con tanta frecuencia; o tal vez sí, pero no nos inundábamos días seguidos.

Así son las pláticas de calle y café, en las que no faltan las recomendaciones sobre qué hacer y qué no hacer si quedas atrapado en la tormenta, y la petición encarecida de "mejor no salir".

Recién comienza el temporal y ya se cuentan por cientos los autos dañados y las casas inundadas. Sumemos a esas pérdidas las horas muertas al volante en una fila interminable de autos, y las pérdidas ocasionadas por drenar, limpiar y reparar los daños, más el desgaste, el temor y la frustración de todos los que deben transitar y sentirse a expensas de "las fuerzas de la naturaleza".

La Ciudad de pronto se volvió una trampa. Las tormentas no han empeorado, pero nuestra Ciudad sí.

Seguro algún alto jerarca de la Iglesia ya tendrá su teoría al respecto (que si el matrimonio gay, que si la "plaga" de madres solteras...), pero parece que se han desatado los demonios.

Una nota perdida en las páginas de los diarios casi sirve de prueba: "Monjas son sorprendidas conduciendo vehículo robado", decía, y aunque a esa nota le siguió otra posterior en la que se aclaraba que todo fue un malentendido, por unos minutos se sostuvo la tesis, y hasta le dimos la razón a nuestro Presidente: si las monjas roban, es que Peña Nieto aún no ha podido domar su "condición humana". Si hasta las monjas roban, cualquier cosa puede pasar.

Lo malo fue que saltando esa chusca nota, vinieron muchas más, en las que no se encontró gracia alguna, como "Una anciana es amagada y asaltada por su empleado de confianza, quien laboraba con ella desde hacía seis años".

A esa recopilación de notas de cosas que antes no pasaban, agregué otras con las que me topé en los últimos días y que podrían también servir para el discurso de quien ve la aparición del chamuco en cada atropello cívico:

En un local comercial, mujer sale cargando enorme paquete; sin querer, tumba un exhibidor con folletos publicitarios. Nadie se inmuta ni la voltea a ver. Ella deja el paquete en el suelo y comienza a juntar el tiradero, mientras otro cliente entra a toda prisa y con enfado, pega un brinco para no pisarle la mano. Mujer incrédula termina de juntar, toma su paquete y se va. El local comercial sigue su curso. Nadie dijo nada.

En un parque público con área de juegos...

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