'Soy un sobreviviente de mí mismo'

AutorYanireth Israde

FOTO: ODETTE OLGUÍN

Parece que el sol de marzo fuera un gato amarillo, un gatote cuyos "zarpazos" señala el compositor Jaime López, porque son más de las seis de la tarde y los rayos arden. De modo que en los retratos salen el autor nacido hace 60 años en Matamoros y su sombra, ambos fotogénicos.

Son de su autoría canciones como la trepidante Chilanga banda, que popularizó Café Tacvba; Sácalo, el tema que eriza la piel en voz de Cecilia Toussaint, o el lúdico Caite cadáver, con Botellita de Jerez.

Jaime López, con su escritura combustible (transeando de arriba abajo/ahí va la chilanga banda/chin chin si me la recuerdan/carcacha y se les retacha) y sus libérrimas alianzas entre la cumbia, el rock, el bolero, la música tropical o la norteña, es un compositor adelantado a su tiempo: un pilar del rock nacional (o "leyenda", como suelen presentarlo).

Tania Libertad, Betsy Pecanins y Óscar Chávez son algunos de sus intérpretes, también Nina Galindo, Margie Bermejo, Marú Enriquez y Eblen Macari. Pero además es intérprete de sí mismo.

Como buen fronterizo, Jaime López nació en el límite entre capricornio y acuario, el 21 de enero. Pero le corresponde acuario, uno de los dos signos que tiene tatuados en los brazos; el otro es escorpión.

Cuenta que estaba entre marineros, en San Diego, cuando imprimió el alacrán en su brazo derecho por su hija Luisiana, hoy de 24 años, entonces de dos o tres años.

"Dije: 'recordaré siempre que tengo una boca que alimentar'. Ahora se alimenta sola, hasta quiero que me alimente", dice ya resguardado del sol gatuno en una cafetería que tiene nombre celeste donde se escucha, entre otros grupos, a los Creedence.

"Mira qué bonito: Creedence Clearwater Revival; ese es mi grupo", interrumpe. Ha pedido expreso doble y limonada.

Andalucía, su otra hija, también es acuario, las ondulantes corrientes del agua están en el brazo izquierdo de su padre.

"Siempre deseé tener niñas. Presumía ser anticonceptivo, pero por hocicón... dios manda pruebas de su existencia periódicamente, sobre todo a los ateos".

Lleva, también en el brazo izquierdo, un saguaro, cactácea del noreste que le recuerda los escenarios desérticos de su infancia, cuando se sentía un niño viejo.

"Me recuerdo como un niño que contenía un viejo; ahora que empiezo a serlo, veo que no se equivocaba ese niño. No puedo decir ahora que sea un viejo que contenga un niño: más bien soy el que salió de ese niño".

-¿Por qué un niño que contenía un viejo?

"Tal vez desde niño me molestaba ser niño. Me caían mal los niños. Casi siempre me juntaba con gente más grande, con mujeres más grandes. Hasta alrededor de los quince años anduve con una chava menor que yo".

Asiduo a las carreteras, a los "aventones" -hasta donde llegara- Jaime López procura no "tirar netas" en las canciones ni asumir un posición de gurú. Devoto del teatro, sus composiciones exploran acciones escénicas, juegos entre personajes.

Una canción, dice este lector voraz, contiene todos los géneros literarios, puede ser una novela de tres minutos -como Memphis de Chuck Berry- o un poema.

"Es más fácil que una canción contenga poesía a que un poema llegue a ser cantado, pero si vamos a ponernos técnicos, el principio de todo poema es canción".

Además de enriquecer su canto, el teatro, más bien un teatrero, Alejandro Jodorowsky, lo salvó del Halconazo de 1971.

"Iba camino a la marcha del 10 de junio, había atravesado la Alameda y pasé por el Cine Regis; iba mucho ahí porque crecí con el cine como circo, y cuando por fin conocí una sala de arte la aprecié. Disfrute el cine como circo, pero estar en una sala de arte era chingón. Vi El topo de Jodorowski. Salí, si no cambiado, sí muy emocionado. Al día siguiente mis amigos que habían ido a la marcha estaban pidiendo limosna para los desplegados", recuerda.

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