SOBREAVISO / Vértigo y movimiento

AutorRené Delgado

Vértigo hay, movimiento transformador quién sabe.

La obsesión presidencial por avanzar en su proyecto a como dé lugar por la vía de hechos, no de derechos; de distraer, no de concentrar la atención; de provocar, no de conciliar; de dividir y confrontar, no acaba de resolver la ecuación de su problema que, sobra decirlo, no sólo estriba en la pertinencia y la viabilidad de sus ideas, sino también en evitar que la epidemia las arrase y arrastre al país a una peor situación.

Ahí, quizá, se explica por qué el compás de la actuación presidencial lo marcan a veces la velocidad o la desesperación, la osadía o el miedo y la decisión arrojada o la arbitrariedad grosera. Cierto, no hay un manual para cambiar de régimen con indicaciones para llevarlo a cabo sin errores, pero de eso a privilegiar la improvisación o el ingenio como herramienta, hay una distancia. Un trecho abismal sobre todo cuando no hay claridad sobre el régimen que se quiere modelar.

Por eso hay vértigo y -de acuerdo con el diccionario- ese vocablo significa trastorno del sentido del equilibrio caracterizado por una sensación de movimiento rotatorio del cuerpo o de los objetos que lo rodean; turbación del juicio, repentina y pasajera; apresuramiento anormal de la actividad de una persona o colectividad. Falta por ver si, de superarse ese mal, se transforma o no el régimen.

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Semana a semana algún asunto colocado en la palestra por el Ejecutivo sacude las buenas conciencias, incendia las redes y confronta a actores y opinadores... y el tiempo transcurre en medio de fuegos de artificio o de a deveras, pero dejando ver falta de maduración del proyecto lopezobradorista, sea por los tropiezos en su instrumentación o las zancadillas impuestas por la resistencia.

Asuntos superficiales y sustanciales que, al centro de la discusión polarizada -no del debate serio-, amplían un poco el margen de maniobra del mandatario. Un espacio reducido en extremo por la incertidumbre económica generada por los cambios operados sin seguro ni paracaídas y agravada por la epidemia que, pese al reconocimiento presidencial, el mismo mandatario no acaba de aceptar y asumir como el mal fario de su anhelo.

Cada uno de sus asuntos acapara la discusión pública, pero sin agotarla ni resolverla y, en medio del vértigo, se niega así la posibilidad de entenderlos en su justa dimensión y trascendencia.

Este fin de semana, la resolución de la Corte validando la consulta pública, pero modificando la pregunta, derramó...

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