SOBREAVISO / De la tragedia a la decisión

AutorRené Delgado

No hay mayor tragedia que la muerte. Tiene por único remedio la resignación. Más fuerte todavía cuando la tragedia alcanza al amigo y al colaborador, y más aún cuando la amistad y la colaboración se fincan en el campo de lo público y lo privado.

Cuando una tragedia se da en el ámbito de lo público y lo privado, del servicio público dispensado en razón de la convicción de una causa y de la lealtad al amigo, es muy difícil fijar límites y horizontes. El dolor borra las fronteras. Los valores de la amistad y de la colaboración llegan a fundirse, lo mismo que los servicios dispensados al amigo y a la nación. Incluso, los tiempos llegan a confundirse. No es para menos. La muerte toma a uno invariablemente por sorpresa, aun siendo ésta previsible.

El suceso del martes fue lamentable. Segó la vida del secretario Juan Camilo Mouriño y dejó una tragedia al presidente Felipe Calderón. Amigos y colaboradores, ambos.

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La vida de Juan Camilo Mouriño valía tanto como la de los cinco funcionarios públicos y los tres miembros de la tripulación que viajaban con él, y la de las cinco personas alcanzadas por el siniestro. De eso no hay duda y, por lo mismo, el pesar no puede hacer distingos. Todas esas vidas importaban.

La relevancia del cargo público y la relación personal de Juan Camilo Mouriño con el presidente de la República le dan a su muerte, sin embargo, otro significado. El mismo jefe del Ejecutivo así lo ha dicho y así lo ha hecho sentir. Los faustos de la ceremonia fúnebre fueron elocuentes. El Estado rindió honores inusitados que, sin duda, algunos otros mexicanos, hombres de Estado excepcionales, también debieron recibir en su momento.

Todavía mañana, el Partido Acción Nacional rendirá honores a los servidores públicos muertos poniendo el acento, como hasta ahora se ha hecho, en la figura de Juan Camilo Mouriño.

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De la hondura de la relación de Juan Camilo Mouriño con el jefe del Ejecutivo no hay duda.

El presidente de la República hizo manifiesta, explícita e implícitamente, la pena que le deja esa ausencia. Lo distinguió y lo reivindicó en forma impresionante. Sin duda, la hondura de su relación explica y justifica incluso el tono bíblico de su discurso. De la eficiencia y eficacia de los servicios prestados por Juan Camilo Mouriño, el presidente Felipe Calderón sabe mejor que nadie.

Tal parece que lo mejor de Mouriño tuvo expresión en el ámbito del quehacer político marcado por la discreción y el trabajo distante de los aparadores y los...

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