Sobreaviso / Reforma y gobierno

AutorRené Delgado

Hay un hecho ineludible, el gobierno de Felipe Calderón concibió, negoció e hizo aprobar -por lo pronto en la Cámara de Diputados- una de las muchas reformas estructurales que el país requiere. Es, en estricto sentido, la primera gran operación político-legislativa del sexenio y resultó exitosa.

Más allá de su contenido, la reforma al ISSSTE destaca porque hacía más de 10 años no se concretaba una reforma o una acción de gobierno de esa envergadura. Rompe, así, con la inercia de hacer del inmovilismo el mejor estado de las cosas. Ese saldo no puede perderse de vista.

De la debilidad de su propia situación y de la tozudez que nulifica la oposición de izquierda, el gobierno calderonista hizo su fuerza y su oportunidad. El punto a seguir es si Felipe Calderón sabrá administrar su comprometida situación para ir concretando acciones que, a la postre, le den márgenes de autonomía y de maniobra a su gobierno.

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No sin razón se puede decir que la reforma al ISSSTE fue un madruguete. Tenía que ser una acción tan rápida como sorpresiva para evitar que una discusión abierta y prolongada, terminara por vulnerar su posibilidad.

El que apenas ocho días antes de su aprobación, el pleno de los diputados y la opinión pública conociera la iniciativa de reforma da cuenta de la velocidad y del sigilo con que se elaboró y negoció su contenido.

El Frente Amplio Opositor puede acusar una negociación en "lo oscurito", pero no puede negar que su resistencia indiscriminada al gobierno calderonista marginó su eventual participación política. En la equívoca estrategia de resistir sin salirse por completo del terreno de juego, la izquierda se está negando a sí misma la posibilidad de hacer política. Puede tomar a medias la tribuna, denunciar a gritos los fallos de la reforma, asegurar que la historia le dará la razón algún día, pero no puede negar que su automarginación terminará por confinarla al campo de lo testimonial sin incidir, en serio, en las reformas que el país requiere.

La izquierda, en ese sentido, está practicando un ejercicio absurdo. No juega al poder, juega al no poder. Lo hace bajo el convencimiento de que, cuando el futuro sea pasado, la historia le impondrá la condecoración de haber resistido hasta el final aunque no haya hecho (construido) nada. Esa izquierda está apostando no a lo que puede hacer, sino a lo que debe impedir que se haga. Opone más de lo que propone y, en términos morales, eso puede acarrearle una que otra satisfacción pero, en...

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