SOBREAVISO / Pemex a extraordinario

AutorRené Delgado

Si, en verdad, el Presidente Felipe Calderón quiere que "dialoguemos de manera abierta, objetiva y serena sobre las alternativas para fortalecer nuestra industria petrolera" es preciso conocer la propuesta y la agenda oficial -temas, plazos y fechas- para emprender ese diálogo y, entonces, convocar a un periodo legislativo extraordinario.

Sin esos elementos, la convocatoria al diálogo no es sino un ardid. Un recurso retórico para disfrazar una decisión tomada que, por el estilo mostrado en la reforma de las pensiones del ISSSTE, probablemente tendría por eje la conformación multicolor de una mayoría parlamentaria, fincada en la capacidad política para profundizar la división al interior del perredismo y del priismo, combinada con la negociación de asuntos o intereses no necesariamente vinculados a la reforma de Petróleos Mexicanos.

Una u otra opción definirá el recuerdo de la generación que -como dijo el Mandatario- "tuvo la visión y el coraje para defender realmente la soberanía" o bien, parafraseando la cita, que "tuvo la miopía y la cobardía para traicionar realmente la soberanía".

Lo escuchado hasta ahora lejos está de constituir un diálogo civilizado. Ha sido un debate en la oscuridad dominado por los polos de la esquizofrenia política, alentada curiosamente por el Gobierno y la Oposición lópezobradorista.

Por el lado gubernamental, el argumento propagandístico es un spot que promete, melodramáticamente, pasar de la miseria a la riqueza petrolera, yendo a buscar un tesoro al fondo del mar. El argumento político es el del miedo: si no se hace nada en 10 años se agotará el petróleo. Y, fiel a la subcultura política, el Gobierno elude llamar las cosas por su nombre, el verbo sexenal es el de "transformar" que, sin una carga denotativa, resulta equívoco.

Por el lado opositor lópezobradorista, el argumento propagandístico es el de la denuncia de la privatización del petróleo y, por consecuencia, el de la defensa de la soberanía. El argumento político es el de la resistencia con la carga melodramática de los patriotas contra los vendepatrias. Y, fiel a la subcultura política, esa izquierda impulsa una idea -también sin llamarla por su nombre- profundamente conservadora: el mejor cambio es aquel que no se realiza.

Uno elude, otro exagera. Uno insiste, otro resiste. Uno lanza spots, otro lanza consignas. Uno impone, otro a opone y ninguno propone en serio. ¡Hasta el fondo del mar! o ¡Ni a la superficie!, podrían ser sus slogans.

Por absurdo...

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