Sobreaviso / No al destino manifiesto

AutorRené Delgado

Aun cuando las fechas sugieren el inicio de un nuevo año, la clase política se niega a darle la vuelta al calendario. Se niega a ensayar siquiera la posibilidad de sanear sus relaciones y, así, proponer al país algo distinto al ejercicio de confrontarse, descalificarse y desentenderse de aquellos asuntos del interés nacional que exigen un esfuerzo conjunto.

No acaban de pronunciarse ni siquiera los buenos propósitos y los mejores deseos, cuando los hechos reiteran -en cuestión de días- la práctica de los vicios que, a todo lo largo del año pasado, hicieron de la política un vodevil de la denigración y de la democracia un anhelo frustrado.

Imaginar que el 2004 no fue un mal año sino el inicio de una época decadente y que, por consecuencia, el 2005 es inexorablemente la continuación de una etapa negra, liquida la esperanza política de una recompostura. La primera semana de este año obliga a reflexionar en la necesidad de marcar el alto a esa tendencia a entender el futuro como un destino manifiesto. El desastre político y social no puede ser el hábitat natural de donde pretenda derivar ganancias la élite.

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El primer día del año quedó marcado por el asesinato la víspera de Arturo Guzmán Loera, el hermano de El Chapo, liquidado de ¡siete balazos!, con una pistola de uso exclusivo del Ejército en un penal de alta seguridad. Avisos y advertencia de cómo el narco tomaba el control de ese y otros penales y de cómo sus pugnas amenazaban y amenazan la seguridad nacional, los había de sobra y aun así la autoridad pone cara de asombro.

A diferencia del rigor aplicado en el caso Tláhuac, aquí no se ha investigado si hubo omisión por parte del secretario de Seguridad Pública, Martín Huerta. No, ni por asomo se aplicó la misma vara. Eso sí, Marcelo Ebrard y Gabriel Regino ya comparecen como indiciados ante la PGR. Toda la gracia para el hombre cercano al presidente Vicente Fox, todo el peso de la justicia para sus adversarios. Curioso Estado de derecho.

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El tercer día del año, un menor fue asesinado por una banda juvenil en el puerto de Acapulco. Lo rociaron de gasolina y lo quemaron vivo hasta dejarlo morir entre las flamas. La imagen no apareció en la tele y, entonces, el crimen no adquirió relevancia. Un muerto más en la estadística del crimen. Y, ese mismo día, en pleno centro histórico de la capital de la República fue ejecutado otro menor, un vendedor ambulante de cocos. Lo asesinó presuntamente el hijo de la lideresa del ambulantaje...

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