SOBREAVISO / Meade y la cuerda floja

AutorRené Delgado

Mañana será un día clave en el porvenir de José Antonio Meade y el PRI, sobre todo, a partir del relanzamiento sin efecto de su campaña y el retiro de la candidatura de Margarita Zavala.

Si el simpatizante tricolor con alma albiazul y, por lo mismo, sin definición, arrojo ni carácter político no se planta y descuella en el debate, su suerte estará echada. Sus padrinos y patrocinadores voltearán a otro lado e intentarán, en lo posible, asegurar su presencia en la contienda por el Legislativo, pero ya no por el Ejecutivo a través de su original abanderado.

Meade camina en la cuerda floja con los ojos cerrados. El momento exige un funámbulo experimentado.

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La privatización o el secuestro del PRI por parte del grupo en el poder, ahora dividido, plantea un serio problema no sólo al reducido clan y su candidato, sino también al conjunto de la militancia, en particular a los cuadros excluidos del juego donde quedó inserto su partido.

En el afán de asegurar la continuidad y el control del proyecto, ese grupo se apoderó de la candidatura y postuló a un hombre con oficio en la administración, pero no en la política. Un funcionario destacado. Un servidor más comprometido con la vieja élite albiazul o la nueva tricolor, que con el público. Un simpatizante con algunas prendas profesionales, pero pocas políticas. Tanto así que, aun hoy, no está claro si él lleva las riendas de su propia campaña.

De ese modo, el clan hegemónico tricolor excluyó y marginó a otros cuadros que, sin formar parte de su grupo, sí garantizaban un mayor desempeño y rendimiento político. Políticos que, sin manifestarlo, ahora se deslindan de cuanto acontece, o bien, juegan a la posguerra a partir de asumir por anticipado la derrota de su partido. La baraja del priismo sí contaba con otras cartas, pero el grupo fuerte quería la mano completa. Nada de andar partiendo y repartiendo cartas. Hoy, esa reducida élite se pelea entre sí el mazo de su ilusión.

Ese clan no pudo escapar a la contradictoria rutina establecida por él mismo. Sumar, luego restar. Mostrar arrojo y decisión, luego pasmo y titubeo. Operar sin calcular, luego dudar y desesperar.

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Armado a medias el entramado jurídico de las reformas que impulsó, ese grupo no pudo: se distrajo y se enredó en vez de gobernar.

Soltó las amarras de la operación política que le permitió cambiar artículos, leyes y reglamentos; instrumentó sin ritmo ni estrategia las reformas; desatendió la seguridad pública hasta profundizar la...

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