SOBREAVISO / Marzo... otro poco

AutorRené Delgado

El primer cuarto del año se fue. Los sucesos de marzo no disiparon, recargaron la tormenta nacional vaticinada por el acontecer de enero. La degradación sigue a ritmo de marcha.

Se degrada la economía, la política, las elecciones, la gobernabilidad, el medio ambiente y el tejido social. Rezuman podredumbre. Cada uno de los noventa y un días transcurridos ha sido un heraldo negro, un aviso del abismo en el cual el país se precipita. Pese a ello, la clase dirigente sigue en lo suyo. Y lo suyo no es dirigir, representar, normar, mucho menos gobernar. Lo suyo es conservar y acrecentar prebendas, posiciones, recursos y privilegios, dejando el timón a la deriva.

Los dirigentes políticos no pueden con el país. Sin embargo, quieren poder a más no poder, pero no pueden. No encaran los problemas, menos los resuelven, sólo intentan paliarlos con medidas cada vez más autoritarias o arbitrarias. No dan la cara. Han hecho de las selfies el espejo de su egolatría y de los tweets la expresión más profunda de su postura y pensamiento. Aguardan con ansias aparecer de algún modo en los spots por venir, el monumento a su vacuidad.

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Grandes y pequeños acontecimientos sociales advierten del peligroso nivel de desesperación que alcanza la falta de gobierno.

Pese a una treintena de operativos de seguridad desplegados en Acapulco, representantes de la Iglesia y el comercio formulan peticiones inaceptables en un Estado de derecho, pero como no hay derecho ni Estado, nada pierden: apelan a la autoridad del crimen.

¿Cuáles son esas peticiones? Facilidades a Hacienda en el pago de impuestos para cumplir con la extorsión impuesta por el crimen. No pueden con el doble tributo. Piden también una tregua al crimen y dialogar, encontrar alguna fórmula de arreglo por el bien de todos. Nomás falta que el crimen les preste mejor oído que el gobierno. Todo sin hablar de las ejecuciones que son carne de todos los días.

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Tal barbarie y violencia en combinación con la ausencia de gobierno, quizá, explica pero no justifica que un escolta tunda a golpes a un automovilista por atravesársele en el camino a su jefe, Alberto Sentíes. Las redes sociales condenan el hecho, obligan la actuación de la autoridad y, luego, el escolta muere de un paro cardiaco en un hotel del Estado de México, tras acusar en un manuscrito a su jefe de haberle ordenado castigar al automovilista. Punto y seguido: el patrón del guarura acude a la Comisión de Derechos Humanos, acusa a la Procuraduría de...

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