SOBREAVISO / Juegos de poder

AutorRené Delgado

Sólo el cinismo en boga permite confundir el ejercicio arbitrario del poder concesionado con el derecho al rating y el ejercicio medroso de la función pública con actos de autoridad. Ese es el eje de la relación entre el duopolio televisivo y el Instituto Federal Electoral, en cuyo centro queda prensado el electorado bajo la mirada indolente de un gobierno ausente.

No, no se trata de escoger entre ver un partido futbol o un debate político como tampoco de implorar u obligar a los concesionarios a privilegiar el desarrollo de la cultura política nacional. Se trata del fracaso de un Estado que, en su hundimiento, tolera el sacrificio del interés general en beneficio del interés privado y, en contradicción con su postulado civilizatorio, alienta la barbarie y el uso de la fuerza como código de entendimiento.

El desplante de las televisoras al negarse a transmitir el debate entre los candidatos presidenciales por cadena nacional revela la debilidad de un Estado incapaz de someter al imperio de la ley y la civilidad a las fuerzas que disputan, por fuera y por dentro de los canales institucionales de participación, espacios de dominio y de poder.

Mucha, mucha más hondura tiene la transmisión del debate entre los candidatos presidenciales. Ilustra cómo el desajuste en el control y el ejercicio del poder tienen al Estado contra la pared y a la autoridad política como avestruz.

El desplante del duopolio televisivo es el desplante del crimen, el desplante de Elba Esther Gordillo, el desplan- te de los caciques políticos, el desplante de los grandes monopolios que, conscientes de la ausencia de equilibrio, coordinación y entendimiento de los poderes formales, ven en su propio peso y fuerza la oportunidad de imponer sus intereses sobre los de la nación.

La administración, incapaz de cons- tituirse en gobierno, se cubre de gloria -eso cree- desenfundando las armas contra los cárteles criminales, pero guardando hasta el gesto y la voz ante los cárteles económicos, políticos y gremiales que, como el crimen, desfiguran al Estado e invitan a que cada quien, en la medida de su posibilidad, tome cuanto quiera, le pertenezca o no.

Ese es el fondo del debate sobre la transmisión del debate. Su agregado es la no tan inocente ilusión de quien, decidido a ganar la elección como sea, sabe de antemano que quizá se ciña la corona pero no haga suyo el bastón de mando porque, en cuanto se tercie al pecho la banda tricolor, será prisionero de esa red intereses...

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