Sobreaviso / La hora del PRD

AutorRené Delgado

Esta mañana el Partido de la Revolución Democrática arranca su Consejo Nacional pero, más allá de los asuntos formales en su cartera, esa fuerza política tendrá que plantearse una pregunta: ¿qué ser y qué hacer?

Transcurridos siete meses desde la traumática elección presidencial, el perredismo debe señalar a la sociedad -en particular a quienes lo favorecieron con su voto- si cuenta con ese partido como auténtica opción política con vocación de poder o si pretende quedarse como una fuerza de oposición contestataria.

Dicho con mucho mayor simpleza. El perredismo deberá establecer si quiere o no hacer política.

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La disyuntiva es clara, pero no sencilla. No es lo mismo plantarse en la escena como una opción política con vocación de poder y proyecto de nación, que plantarse como una fuerza de oposición contestataria, fincada en la pura resistencia.

Desde hace años, el perredismo navega en esas dos aguas, afectado además -a veces para bien y a veces para mal- por el peso y el carisma de Cuauhtémoc Cárdenas y Andrés Manuel López Obrador que, siendo políticos extraordinarios, frecuentemente convierten su virtud en vicio. El reducido espacio libre que, en su respectivo momento, han dejado esos dos líderes se ha convertido en tierra de disputa de grupos que, más allá de su pretensión de presentarse como corrientes políticas, terminan peleando a empujones cargos y posiciones.

Ahora el perredismo está de nuevo ante la oportunidad de reflexionar cómo quiere plantarse en la escena y salir de tres prácticas que, a la postre, le han resultado nocivas en extremo. Una: ir y venir entre el radicalismo y el reformismo de sus planteamientos, regulando una y otra flama al ritmo de cómo les va en la feria política (en eso no hay diferencia entre Cárdenas y López Obrador). Dos: aflojar el trabajo de construcción del partido, creyendo que el carisma de sus candidatos presidenciales basta y sobra para ocupar la residencia oficial de Los Pinos. Tres: el establecimiento de alianzas que, al final, ni le aportan los votos pretendidos, le restan posiciones para desarrollar a sus propios cuadros y le dejan al país una constelación de siglas que degradan la política.

El resultado de las elecciones presidenciales de 1988 y 2006 debería bastarle ya a esa fuerza para, en verdad, constituirse como partido.

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Ese ir y venir invariablemente le deja un saldo rojo al perredismo. Ante la posibilidad de conquistar el poder, el perredismo saca su mejor ropaje reformista...

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