SOBREAVISO / Gracias, Miguel Ángel

AutorRené Delgado

En el ejercicio y la defensa de una libertad fundamental no es sencillo tocar el cielo sin despegar los pies de la tierra. Menos sencillo todavía es hacerlo a lo largo de más de tres décadas en la Plaza Pública que es, por naturaleza, el espacio donde mejor se encuentra la ciudadanía.

Realizar esa proeza a partir de escribir lo que se piensa y no de pensar lo que se escribe lo complica más, sobre todo cuando se trata no de vestir o disfrazar los abusos o los excesos del poder sino de desnudarlos. Hacerlo a diario, sin rebasar seis mil quinientos golpes en el teclado ni asomarse al precipicio del cierre de la edición, exige genio y disciplina. No todos escriben lo justo, con oportunidad y a tiempo.

Muy pocos logran esa proeza. Algunos dejan de ver el cielo, otros pierden el piso, unos más terminan -adrede o sin querer- por acomodar las letras al gusto de los poderosos, y no faltan quienes acaban por olvidar al lector libre para buscar al lector cautivo. Hay también, desde luego, quienes ni siquiera saben dónde o a qué hora empeñaron la pluma. Muy pocos escapan a eso.

Por todo eso, maestro Granados, es hora de agradecer la Plaza Pública que construyó hace 34 años para regalarnos con ella todos los días.

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Guardar la imprescindible distancia con la necesaria cercanía del poder cuando se resuelve ser periodista, en verdad, no es fácil. Mil y un trampas visibles e invisibles hay en ese laberinto y, a veces, pese a la voluntad y el deseo, se cae en una de ellas.

Uno de los cimientos de la Plaza Pública fue ése. Preservó y mantuvo distancia y cercanía con el poder, ahí fincó su solidez e independencia. No fue un espacio útil para llevar y traer recados, ni buzón donde los poderosos depositaran su correo, como tampoco sitio para escribir de prestado con ideas ajenas o esculpir, con letras, monumentos para adorar o venerar a éste o aquel otro político. Fue, efectivamente, como se intitula, una plaza pública donde se escuchó una voz propia, fuerte y libre, que infinidad de veces fue voz de muchos.

Todo oficio que se practica con vocación, conocimiento, pasión y equilibrio lleva, por fuerza, a no tener tiempo libre... pero también, ése es su premio, a no tener tiempo esclavo porque el tiempo se vuelve uno, donde deber y placer se conjugan con armonía.

Es evidente, maestro, que supo hacer buen uso del tiempo, de su tiempo, que por fortuna compartió en la Plaza Pública.

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Practicar un día sí y al siguiente también un oficio prensado entre el...

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