SOBREAVISO / Los contrarreformistas

AutorRené Delgado

Cuando la civilidad, la política y el derecho son excepción, la impunidad, la corrupción y la pusilanimidad son norma y, en estos días, maestros y grandes concesionarios insisten en echar mano de los disvalores como regla del juego donde están insertos. Ambos confían en que, a partir del ejercicio de esa regla que tan buenos dividendos les deja, el gobierno se doblegue, ceda a su presión o reduzca el calado de las reformas planteadas y, si no, les tire un salvavidas o les ofrezca un paracaídas. A esos maestros y concesionarios les importa conservar sus privilegios, no emparejar el terreno donde interactúan con el Estado.

Así, entre bloqueos y caricias, entre demandas incumplibles y jugosos patrocinios, entre apretar y aflojar el músculo -anulando, desde luego, al cerebro como tal- se deleitan en el ejercicio del amago o el chantaje, tomando como rehén de su concurso a amplias porciones de la sociedad. Ese magisterio y esos concesionarios entienden la política como un oficio troglodita o como una mercadería sujeta a compraventa, como el arte de tensar y torcer músculos, tendones y ligamentos sin ánimo de reventar ninguno pero, llegado el caso, ansiando que sea el del otro y no el de uno o, bien, como el arte de seducir a los políticos prometiéndoles formar parte del firmamento del canal de las estrellas.

Unos apelan sin decirlo al uso de la fuerza, otros al poder de seducción o la chequera. Unos disfrazando el uso de la fuerza como legítimo recurso en su lucha, otros ansiando encontrar la vena indicada para llegar al corazón de la ambición de los políticos. Unos y otros aplican los recursos a su alcance en el propósito común de echar abajo las reformas.

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Tanta mano se echó del uso exacerbado de la fuerza del Estado para acabar con cualquier sombra de disidencia que, ahora, el tolete se tiene por anticipado como el más acabado símbolo de la represión. Tanto se negó el derecho de audiencia que, ahora, el bloqueo por horas o por días o por meses de una plaza o una autopista se tiene por anticipado como el legítimo recurso para abrir la puerta de ésta o aquella oficina pública.

De tal magnitud fue el desencuentro de la clase política y la práctica del ejercicio del no poder desde el gobierno que tirarse en brazos de éste o aquel poder fáctico se convirtió en acto de sobrevivencia, a costa del sacrificio de ésta o aquella política pública. Tal fue la entrega de la clase política a esos poderosos intereses que, ahora, marcarles el alto...

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