SOBREAVISO / Bollos y pastelillos

AutorRené Delgado

La clase política manifiesta cabal conciencia de la crisis económica-financiera, pero su instinto gastalón, su imbatible entusiasmo por reformar leyes sin considerar la realidad y su irrenunciable gusto por los privilegios, la traiciona: emula a María Antonieta, quien terminó con la cabeza en un cesto.

Presume la élite política reconocer que el horno no está para bollos pero no deja de comer pastelillos. Pide a la nación realizar el sacrificio impuesto por la circunstancia, pero es incapaz de corresponder la exigencia con el ajuste de su propia conducta o de calcular el costo de sus ocurrencias y puntadas. Nomás no puede empatar el discurso con la práctica. Predicar con el ejemplo, mucho menos.

La incongruencia vulnera su discurso, aun antes de pronunciarlo. Tres ejemplos de un amplísimo catálogo.

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Uno. Comparece en comisiones legislativas un alto funcionario. Expone la misión de sanear a fondo una empresa del Estado, sacarla de la quiebra virtual en que se encuentra y, según esto, cuando el mercado lo permita, colocarla en condición de competencia. Titánica labor. Muestra talla, experiencia y decisión en el propósito y, a su favor, pesa haber enderezado con relativo éxito otras entidades públicas.

El altísimo funcionario concluye su exposición, reitera su compromiso con la salud de las finanzas públicas, desciende del foro y, al verlo partir, el discurso se derrumba.

En el estacionamiento subterráneo lo aguarda una lujosa camioneta a cuyo volante se encuentra ya el chofer. Le abre la portezuela del vehículo blindado un guardaespaldas, mientras tres más vigilan el entorno y, luego, corren a la camioneta-escolta del vehículo insignia que, desde luego, conduce otro elemento. Detrás de esa segunda camioneta, forma fila una tercera, por fortuna, no del cilindraje y caballaje de las dos primeras, en ella viajan un par de asesores que, desde luego, cuentan con otro chofer. Obvio, no falta la descubierta: un motociclista encargado de abrir paso al convoy.

En suma, después de hablar del profundo atolladero del que hay que rescatar no sin sacrificios a esa entidad pública, el funcionario revela sin querer que para su exclusivo traslado requiere de veintiséis cilindros, cuatro vehículos, quién sabe cuántos litros de gasolina importada y un staff de una decena de personas. Rueda por los suelos el discurso sobre el combate al despilfarro.

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Dos. En la filosofía de soñar -léase, legislar- no cuesta nada, el Ejecutivo y el Legislativo no paran...

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