SOBREAVISO / 18 años... en 60 días

AutorRené Delgado

Borrar dieciocho años en menos de sesenta días, políticamente -o sea, sin abandonar los cauces legales y civilizados- es en extremo difícil. Y, antes de ir a las urnas, el primer voto a emitir consiste en desactivar la tentación de hacerlo a como dé lugar. El puro intento implicaría el peligro de arrastrar al país a un escenario mucho más complejo al prevaleciente.

Polarizar al electorado poniéndole, otra vez, el cuchillo entre los dientes o convertir la elección en una eliminación, cuando la violencia criminal y social se expresa diaria y brutalmente, podría descarrilar no sólo el proceso electoral sino desgarrar el ya de por sí deshilvanado tejido político y social.

Antes de animar la confrontación, de alimentar la rabia o de azuzar al miedo, los actores políticos, formales e informales, deben cobrar conciencia del terreno donde están parados.

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Sin restarle mérito a la hazaña de Andrés Manuel López Obrador de concebir y armar un movimiento en menos de seis años, en la construcción de la posibilidad de su triunfo electoral contribuyen en muy buena medida las administraciones de los partidos Acción Nacional y Revolucionario Institucional. A su pesar, ambas fuerzas le ayudaron. Y, además, esas administraciones terminaron por desvertebrar a sus respectivas organizaciones políticas.

Vicente Fox, Felipe Calderón y Enrique Peña Nieto desperdiciaron o perdieron la oportunidad de convertir la alternancia política en una alternativa nacional. La redujeron a una cuestión de turno en el ejercicio del no poder.

El populismo que hoy aterra a Vicente Fox fue su práctica presidencial. Tuvo todo para transformar el régimen: condiciones económicas, legitimidad política y ánimo social, pero hizo de la popularidad, el chistorete y la frivolidad el sello del hito histórico supuesto en la derrota del partido tricolor. Da risa verlo condenar el populismo, sin dejar de militar en él.

De principio a fin, Felipe Calderón hizo de su mandato un desastre. No supo cómo remontar los términos de su acceso a Los Pinos y, en el afán de legitimarse a partir de la fuerza y a costa de la política, metió al país en una guerra contra el crimen. Una aventura que, lejos de arrojar el resultado deseado, hizo del país una fosa. Casi un cuarto de millón de vidas ha cobrado hasta hoy la ocurrencia. Calderón apreció más la casaca militar que la investidura presidencial y no dio la talla en ninguna.

Ahí, la dificultad de Ricardo Anaya para deslindarse sin romper con las...

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