Relicario/ Soberbia presidencial

AutorAlejandro Rosas

Su inteligencia era excepcional. Así lo reconocía buena parte de la generación liberal que durante varios años vio a Sebastián Lerdo de Tejada (1823-1889) moverse con naturalidad en las altas esferas del poder. Hombre de autoridad y con una fe casi religiosa por la patria, en su opinión no había posibilidad de conciliación frente al enemigo, y mucho menos si la nación estaba amenazada. "En política, como en todos los negocios de la vida -solía decir-, los términos medios son por lo general los peores; hay que decidirse por cualquiera de los extremos". Si Juárez encarnó a la República, Lerdo fue su alma. Como consejero y ministro del Presidente, e incluso como amigo personal de don Benito, la actitud de don Sebastián fue intachable. Era un consejero con gran sentido de la política y muchas decisiones fundamentales para la vida pública nacional -como el fusilamiento de Maximiliano- tenían indudablemente su sello. Y, sin embargo, al asumir la Presidencia de la República en 1872, la soberbia nubló su buen juicio y se rindió a los brazos de la adulación. Al cumplir medio siglo de vida -el 20 de enero de 1873-, el Presidente festejó de una manera poco ortodoxa. "Despertóme el estruendo de no lejanos disparos de artillería -escribió el viajero José Vérgez en su obra...

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