El sistema monetario internacional ante los retos del mundo actual.

AutorManrique Campos, Irma

Introducción

El desplome del sistema monetario internacional, creado por los Acuerdos de Bretton Woods, se inició tan pronto se pusieron en funcionamiento los instrumentos, las estrategias y las instituciones convenidas, pues sus pretendidos objetivos de cooperación internacional y de estabilidad política, financiera y comercial para todos los países firmantes no se cumplieron, en la medida en que, al no tratarse de países miembros en igualdad de circunstancias --ya que éstas dependen del monto de las cuotas de cada uno--, surgieron graves contradicciones con el principal socio y autor de esta superestructura económica, política y militar, es decir, Estados Unidos, cuyo objetivo ha sido imponer su poder hegemónico a partir de 1944.

En la actualidad, se tiene la certidumbre en todos los ámbitos, tanto académicos como institucionales, de que se ha conservado una cierta forma de orden monetario internacional, pero que no existe, propiamente hablando, un sistema monetario internacional. La idea de que el sistema monetario internacional ha llegado a perder su carácter de sistema proviene de la duda entre algunos analistas sobre el concepto mismo, pues en la realidad los desórdenes y las crisis monetarias que han ocurrido en los últimos 25 años, particularmente en la década de los años noventa, han hecho dudar sobre cómo denominar el devenir caótico de la economía financiera internacional. Incluso algunos estudiosos han sometido a escrutinio todas las ambigüedades conceptuales en torno a si se habla de "sistema internacional" o de "régimen internacional". Desde luego, hay quienes, como Gérard Kébabdjian, (1) dudan que las relaciones monetarias internacionales formen un sistema desde el desmoronamiento del orden que fue instituido en Bretton Woods.

Sin embargo, hay otros que reconocen que las relaciones monetarias internacionales forman en la actualidad un sistema y están definidas por sus estructuras, tanto desde el punto de vista de la formación de los tipos de cambio y de las monedas internacionales, como del de su articulación con el sistema financiero. También se sabe que desde el desplome del régimen de Bretton Woods la regulación del sistema monetario internacional ha descansado en las autoridades públicas nacionales e internacionales, lo que ha dado paso a una regulación básicamente fundada en el libre funcionamiento de los mercados. Se reconoce también que este sistema "funciona mal, pero funciona".

La lógica de este sistema es estar gobernado por las fuerzas del mercado, lo cual se ha traducido en crisis recurrentes, volatilidad permanente y desalineamientos en los tipos de cambio. Pero estas disfunciones no son, como tal, indicadores de ausencia de un sistema, sino todo lo contrario; son las huellas de la lógica del sistema: la de la autorregulación del mercado de cambios. De hecho, las reformas del sistema tiene décadas de estar planteándose como necesarias; es decir, no son asunto de actualidad, ni política ni teórica, sino simplemente, como afirma Arturo Guillén, la reforma al sistema monetario internacional no está considerada como urgente en la agenda de las grandes potencias. (2)

En este trabajo se analizan las principales razones por las que no existe en la actualidad la intención seria de reformar el sistema monetario internacional y, en esencia, los retos que enfrenta esta posibilidad de cambio, que devienen básicamente de la indefinición de la hegemonía mundial, la cual se debate en el complejo campo de la correlación política de fuerzas entre países, y la incertidumbre económica generalizada.

Puede decirse entonces que, en principio, existe un sistema que funciona, aunque no con reglas y normas preestablecidas, pero sí con las necesarias para ir aflojando tensiones y contradicciones dentro de ciertos límites para dar salida a las diversas crisis que se han desatado en los últimos 15 años y haciendo uso de despiadadas reestructuraciones que en algunos países, como México, han beneficiado primordialmente al capital financiero y a las empresas transnacionales estadounidenses, que han logrado apoderarse de segmentos importantes de los sistemas financieros de esos países, así como imponer condiciones muy ventajosas para su operación. (3)

Funcionamiento y desplome del sistema monetario internacional

Es bien sabido que los problemas de posguerra hicieron necesario el establecimiento de un sistema de pagos que promoviera la recuperación económica y el crecimiento del comercio mundial. Tras la idea de que los sistemas de cambio flexibles habían fracasado durante el periodo de interguerras, en los Acuerdos de Bretton Woods (1944) se determinó establecer tipos de cambio fijos respecto al dólar, con el compromiso de Estados Unidos de vincular el dólar al oro en una proporción de 35 dólares la onza troy (onza de oro fino), proporcionando así un ancla mundial al nivel de los precios. (4) Es muy importante destacar que en los acuerdos prevalece la idea de promover el libre comercio de bienes, pero los movimientos de capital privado se consideraron potencialmente perjudiciales y, en consecuencia, debían mantenerse controlados. (5)

Vale recordar que en Bretton Woods se acordó crear un sistema, basado en tipos de cambio fijos pero ajustables, y una institución: el Fondo Monetario Internacional (FMI), que prestaría activos de reserva adicionales para aumentar la liquidez de los países que tuvieran dificultades temporales para mantener la convertibilidad. El propósito explícito del nuevo sistema fue evitar el desempleo y asegurar la estabilidad en el nivel de precios interno. Se esperaba que la disponibilidad de crédito del FMI hiciera necesario que los países miembros registraran un alto desempleo por buscar el equilibrio externo o interfirieran con las corrientes comerciales por buscar el equilibrio interno. (6)

En un ambiente de tipos de cambio fijos y de movilidad de capital muy limitada, los gobiernos no tuvieron más preocupación que poseer suficientes reservas monetarias internacionales, en especial de dólares. La meta externa fue entonces adquirir dólares como fuera posible a través del superávit en balanza de pagos.

En esa época los modelos económicos restaron importancia a los factores monetarios, suponiendo que las intervenciones esterilizadas (7) de los bancos centrales contrarrestarían cualquier efecto monetario de la balanza de pagos. Sólo unos cuantos teóricos de los primeros años de la posguerra, como Meade, (8) asignaron un importante papel a los factores monetarios.

Iliquidez y especulación monetaria

No obstante dichos controles, desde finales de los años cincuenta ya habían surgido medidas urgentes para solucionar el primer problema grave en el funcionamiento del recién estrenado sistema: la falta de liquidez internacional, resultante de la insuficiencia de reservas de oro que garantizaran la convertibilidad del dólar. La propuesta que se hizo realidad fue la de crear un activo de reserva artificial: los Derechos Especiales de Giro (DEG), que en 1969 fueron distribuidos a los países miembros en proporción a sus cuotas en el Fondo.

En agosto de 1971, tras una serie de violentos ataques especulativos contra el dólar, Estados Unidos dio por terminada la relación entre su moneda y el oro, y en diciembre de 1971, en el Acuerdo Smithsoniano, el dólar se devaluó frente a las principales monedas extranjeras --y desde luego respecto al oro-- y se ampliaron las bandas de fluctuación permitidas alrededor de las nuevas paridades.

Desde la finalización formal de los Acuerdos de Bretton Woods anunciada por el presidente de Estados Unidos en ese año, de manera paulatina se fue desmantelando toda la estructura hasta entonces existente --cuyas bases eran los "tipos de cambio fijos, pero ajustables"--, lo cual aseguró, por un momento, ritmos de crecimiento relativamente sostenidos, aunque fluctuantes, alrededor de una línea de tendencia ascendente que muchos autores identifican como una fase de auge del ciclo largo.

Hasta entonces, la norma aceptada era que los países miembros del FMI podían regular su cuenta de capital de la balanza de pagos; sin embargo, empezaron a registrarse fugas especulativas de divisas. La libre convertibilidad sólo se aplicaba a las transacciones en bienes y servicios, es decir, a la cuenta corriente. Se suponía que los países deficitarios podían devaluar su moneda cuando su cuenta corriente era persistentemente deficitaria, mientras que aquellos con una cuenta corriente superavitaria debían revaluarla.

No obstante, la realidad fue otra, pues a partir de la puesta en marcha de los acuerdos, el FMI sólo instrumentó medidas devaluatorias en los países "en desarrollo", cuyas cuentas eran por lo general deficitarias, mientras que los países superavitarios, que por lo general eran las potencias industrializadas, procedían a su libre arbitrio. (9) Así, no cabe duda de que el ordenamiento financiero internacional surgido en la posguerra estaba viciado de origen. La razón principal era que la fuente de liquidez para el creciente comercio mundial de bienes y servicios eran las disminuciones anuales en las reservas de oro de Estados Unidos. (10)

Cabe recordar que el famoso Acuerdo Smithsoniano tampoco se pudo sostener, y en los primeros meses de 1973 se inició la flotación de las principales divisas, aunque los países "en desarrollo" siguieron vinculando sus monedas al dólar o a las monedas de otros países desarrollados. La flotación fue oficializada en enero de 1976.

Desregulación de la cuenta de capital

Eventualmente, la brecha entre las reservas de oro de Estados Unidos y las tenencias de dólares en el exterior se abrió al punto de que era ya imposible, para dicho país, mantener el tipo de cambio de una onza de oro = 35 dólares. Ante este diferencial, el precio del oro en el mercado libre alcanzó casi enseguida el precio de 40 dólares la onza, con la consecuente ola especulativa. Así, el sistema de tipos de cambio fijos de Bretton Woods se desplomó; había durado 25 años, y aunque...

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