Una sinagoga con memoria

AutorBernardo Uribe

En el corazón de la Colonia Roma existe, desde 1929, un pequeño refugio de la cultura judía en México: la segunda sinagoga construida en el País por refugiados sirios que se adaptaron en el comercio y reconstruyeron su identidad, ahora mezclada con la mexicanidad.

Después de años en el olvido, el edificio se encuentra en Córdoba 238 y alberga una colección de más de 50 mil libros y archivos históricos que mantienen viva la memoria y con el que se creó el Centro de Documentación e Investigación Judío de México (CDIJUM), un espacio comunitario y abierto a todo el publico.

El Centro nació del Comité Pro Refugiados, que se encargaba de gestionar ayuda a los recién llegados, así como coordinar apoyos institucionales a través de diferentes instancias de Gobierno.

El proyecto de rehabilitación empezó a inicios de 2015. Consistió en la intervención total de la sinagoga y la incorporación de una nueva edificación que empataría en altura y proporciones.

El estilo de la sinagoga refleja las tradiciones de los primeros refugiados que llegaron a México en los años 20, una arquitectura realizada por comerciantes sin experiencia y que reconstruyen desde la memoria y la nostalgia los lugares y estilos que ellos recordaban.

Mosaicos oaxaqueños en el suelo que recuerdan el estilo morisco de Siria; techos de cristalería multicolor similar a los de cualquier catedral de la época colonial; un altar en madera oscura. Las bancas de rezo siguen intactas, pero ahora las paredes están cubiertas de miles de libros que cuentan una historia de resiliencia.

EN ABONOS

La parte superior de la sinagoga, zona dedicada en la antigüedad para separar a las mujeres de los hombres en las ceremonias, ahora alberga la hemeroteca, con documentos como mapas del Centro Histórico de 1913 y guías telefónicas de los negocios judíos, entre otros tesoros.

"Cuenta con una las pocas listas que existen en torno a qué se dedicaban los judíos en el Centro Histórico de la Ciudad de México y cómo funcionaban", explica Carmen Piña, una de las encargadas de las actividades en el Centro.

"La mayoría eran fábrica de tejidos o textiles, sastres o aboneros, que era como el oficio estrella en aquella época, porque fueron los primeros que implementaron el sistema de abonos en lo que era la Lagunilla".

A los comerciantes les resultaba curioso que las señoras preguntaran por el precio de las prendas, pero no las compraran. Cuando les decían que podían pagarlas en partes, entonces sí aceptaban. Vender así...

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