Silvia Bleichmar/ Cómo se mide el 'dolor-país'

AutorSilvia Bleichmar

¿Cómo se mide, en índices aceptables, el aumento inexorable del "dolor-país"? Si la sensación térmica es una ecuación entre temperatura, vientos, humedad y presión atmosférica, ¿por qué no emplear combinadamente las nuevas estadísticas de suicidio, accidente, infarto, muerte súbita, formas de violencia desgarrantes y desgarradas, venta de antidepresivos, incremento del alcoholismo, abandono de niños recién nacidos en basurales -metáfora magistral de la convicción que tienen los miserables irredentos de que su prole no tiene ni tendrá otro destino-, deserción escolar, éxodo hacia lugares insospechados... para medir el sufrimiento a que somos condenados cotidianamente por la insolvencia no ya económica del país sino moral de sus clases dirigentes? El Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo evaluó en algún momento "índices de sufrimiento humano", construidos a partir de diferentes variables: inseguridad, expectativa de vida, tasa de suicidios, mortalidad infantil... Estos datos objetivos no dan cuenta sin embargo, tal vez porque es imposible hacerlo, de los múltiples dolores cotidianos, del desgarramiento interior de quienes los padecen: habría que sumergirse hasta el fondo de los seres humanos, tolerar el horror que números y planillas no reflejan, para encontrar allí las imágenes de la devastación sorda a la cual han sido sometidos.

Perder hasta la identidad

Durante la ocupación alemana se solicitaba a la dirección judía de los guetos una cuota diaria de nombres que ellos mismos debían entregar, suponiendo que la decisión tomada era hecha en función de enviar a algunos a la muerte para salvar a otros. En definitiva, esa cuota no fue sino un engaño, el modo con el cual se logró la colaboración silenciosa de quienes debían elegir, día a día, quién se salvaba y quién moría; y aquellos que lo hicieron supieron que las pobres justificaciones que los alentaban a realizar la bajeza de ese trabajo no era sino el encubrimiento de su propio terror, la degradación cotidiana hacia la desidentidad absoluta.

Hoy nuestras clases dirigentes deciden si le quitan los antibióticos a una maestra o la medicación antihipertensiva a un jubilado, y la llamada reingeniería empresarial obliga a sus próximas víctimas a un diseño cuidadoso de la cuota diaria que deben entregar quienes aún deciden sobre los otros, sabiendo que ese lugar puede alternarse y en cualquier momento se producirá respecto a ellos mismos la expulsión definitiva de la vida.

Hay en la...

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