Silveti calienta la tarde

AutorJosé Luis Ornelas

¡Al precio, al precio!, la llovizna, el frío, el nerviosismo, el aplauso, ¡David, David!, el paseíllo, ¡ooleeeé!, el paso lento, el terno verde botella, la Virgen de Guadalupe, Manolo y "Finito", las fotografías, los saludos, la "suerte"; era apenas el inicio de la corrida.

Y la angustia comienza pronto. El grito se ahoga de la incredulidad al realismo, David Silveti se abre de capa y desempolva el recuerdo, llega hasta el último rincón de la plaza con su sentimiento, pero con la conmoción también, David no se puede ir del terreno del toro.

"Hay que pedir permiso, Maestro", le diría Raúl Bacelis a David cuando ensimismado olvidó hacerlo. No sé si escuchaba, pero sí sentía. Un silencio magnético se apodera de la plaza cuando David toma la muleta y sólo es perturbado por el estruendoso ¡olé! en la penumbra de la tarde. Era David de nuevo en el ruedo monumental.

Serían algunos minutos para la cinco de la tarde. Un viento gélido entró por el cielo de la plaza. Los aficionados se cobijaban, temblaban de frío, intentaban consumir un café. Mientras tanto Manolo Mejía se las entendía con un toro débil allá abajo y trataba de acallar las amargas voces de acá arriba.

"Finito", descarado y cínico, dejaba ir vivo a su primer toro, conformándose con observar desde la barrera el deleznable espectáculo de los cabestros y sus poco hábiles torileros. Ante la...

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