Jesús Silva-Herzog Márquez / El otro indestructible

AutorJesús Silva-Herzog Márquez

La contienda electoral en Estados Unidos empieza a calentarse. Hace unos cuantos meses la popularidad del comandante en jefe del Ejército norteamericano volaba por los cielos. Después de su controvertida elección, Bush II logró convertirse en un Presidente inmensamente popular. El presidente Bush supo movilizar la energía de un patriotismo lastimado. Frente al temor imperante, el texano aparecía decidido a hacer todo lo necesario por vengar el horror de las Torres Gemelas. Derrotó con facilidad al régimen de Hussein y logró apresar al dictador. Frente a él, una oposición empequeñecida encabezada por un dirigente vehemente y con enorme capacidad para movilizar a los nuevos ciudadanos pero poco creíble para enormes franjas del electorado se encaminaba al fracaso. Apenas hace unas semanas, las perspectivas de Bush eran inmejorables: subsistía la sensación de riesgo, la economía se reencaminaba a la recuperación y, del otro lado, aparecía un adversario fácilmente derrotable. En apariencia, el hombre era indestructible. Todo eso empieza a resquebrajarse.

Lo curioso es que fue seguramente el momento cúspide de la intervención militar lo que inició el giro que ahora se revierte. Ese momento fue la tarde del domingo 13 de diciembre del año pasado. Entonces las pantallas de televisión de Estados Unidos se cubrieron con las imágenes del dictador cazado. El hombre que se había escondido durante meses en un hoyo de ratas era exhibido con las barbas largas y sucias, la mirada perdida, obedeciendo con docilidad las instrucciones de sus captores. La presa era un trofeo del presidente Bush. Los críticos de la guerra sufrían un duro golpe. Como si hubiera recibido asesoría de la Casa Blanca, el puntero en las encuestas del Partido Demócrata, Howard Dean, refunfuñó una oración sensata pero políticamente inaceptable: no creo que estemos más seguros ahora de lo que estábamos antes de la captura de Hussein, declaró. Dean, uno de los pocos demócratas que saltó a declarar abiertamente su oposición a la guerra en Iraq desde el primer momento, tuvo razón. Como demostraron los acontecimientos inmediatos, la captura del dictador no terminó con los enfrentamientos en Iraq, ni detuvo los asesinatos de los suicidas, ni logró reducir la cuota diaria de muerte que paga el Ejército ocupador. Hussein no coordinaba la resistencia iraquí. Los problemas de la ocupación siguen siendo tan graves como antes. Pero esa reacción marcó el principio del fin del puntero demócrata. En...

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