Jesús Silva-Herzog Márquez / El vaciamiento de la política

AutorJesús Silva-Herzog Márquez

Es posible que la crisis económica europea esté llegando a su fin pero, al parecer, la releva una profunda crisis política. Lo dice Jan-Werner Müller, un politólogo alemán que publicó hace un año una impecable historia de las ideas políticas del siglo 20.

Lo decía antes de la elección europea. Lo que ha pasado en la votación para el Parlamento Europeo no hace más que confirmar su anticipo. Los votantes sacudieron el mapa de Europa. La extrema derecha, el nacionalismo y la xenofobia avanzaron considerablemente.

En Francia y la Gran Bretaña las organizaciones antieuropeas se impusieron a los partidos tradicionales de la derecha y la izquierda. Lo curioso es que en las últimas elecciones para el Parlamento Europeo, la participación ciudadana aumentó. Revelador: interés en votar en las elecciones europeas... para darle la espalda a Europa.

La crisis política tiene, desde luego, orígenes complejos y muy diversos. No soy yo quien pueda hacer el diagnóstico, ni mucho menos quien proponga receta.

Quisiera aportar aquí simplemente un ingrediente para la reflexión que puede sernos útil. El proceso de integración europea ha caminado de la mano de la despolitización. El ámbito de lo político se ha restringido paulatinamente, se han marginado los partidos políticos, se ha confinado la discusión.

El gran proyecto de la convergencia supuso una explícita restricción de lo político. Confluir en el mercado común y en la moneda única implicaba el acatamiento de un recetario incuestionado. Atarse las manos y confiar en la sapiencia de los técnicos. El repertorio de opciones se redujo drásticamente.

Los padres de la Europa unificada quisieron proteger a la criatura de la amenaza de los partidos políticos. Los partidos se asumieron como el peligro de la unidad y, por lo tanto, limitaron su propia injerencia en la política europea. Se tragaron la pastilla completa de la antipolítica y confiaron en la conducción imparcial, técnicamente fundada, capaz de aislarse de la siempre veleidosa opinión pública.

El proyecto europeo debe entenderse, en ese sentido, como el gran proyecto de la despolitización de fines del siglo 20. Por una parte los Estados nacionales pierden competencias históricas que son transferidas a la Unión. Pero ese desplazamiento del poder no vino acompañado de una ampliación de la democracia europea, sino, por el contrario, de restricciones importantes a la participación ciudadana.

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