Jesús Silva-Herzog Márquez / Foco fundido

AutorJesús Silva-herzog Márquez

La popularidad del alcalde de la Ciudad de México es una de las más bajas que se hayan registrado en la breve historia de la democracia capitalina. La encuesta más reciente del diario Reforma lo registra claramente: una mayoría firme repudia su gestión. No es que esté librando batallas riesgosas y enfrente enemigos de peso. No hay tampoco una campaña de poderosos en su contra que pudiera mencionarse para explicar la caída de su popularidad. El jefe de Gobierno es impopular porque, en una gestión tan complicada como la del Distrito Federal, ha sido incapaz de imprimir un sello de identidad a su mando. Sus dos antecesores, cada uno a su modo, pudo definir, en estilo y decisión, un mensaje claro para la ciudad y para la izquierda. Se trataba de dos versiones de un ambicioso proyecto reformista. Era clara la diferencia entre la política capitalina y la política federal. Frente a Fox y Calderón, los alcaldes del Distrito Federal destacaban por contraste. La Ciudad de México se convirtió así, naturalmente, en faro de la izquierda nacional: un foco que alumbraba un proyecto amplio y atractivo. Un hierro magnético que ayudaba a clarificar las disyuntivas de la nación.

Nadie puede decir hoy que la gestión de Miguel Ángel Mancera sea modelo para la izquierda del país. No contrasta con el gobierno de Peña Nieto porque la gestión capitalina es incolora. No pinta el gobierno capitalino. Carece de personalidad, de un discurso medianamente coherente, de un sentido mínimo de dirección. Gobernando la ciudad que atrae la atención del país, no tiene nada que decirle a México. Ese imán de interés pudo proyectar a los alcaldes del Distrito Federal al resto del país porque algo tenían que decir sobre las prioridades de la política pública, sobre el sentido de la comunicación política, sobre la reforma de lo público. En el escenario político más cordial de los últimos lustros, el alcalde de la Ciudad de México no ha acertado a decirle nada a los capitalinos y mucho menos a quienes viven lejos de la Ciudad de México. No existe en su gobierno la pasión justiciera de López Obrador ni la convicción de modernidad incluyente de Marcelo Ebrard. El gobierno de Mancera: una burocracia sin misión. No hemos visto, siquiera, lo que se esperaba de este policía con suerte: una ciudad segura. El antiguo...

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