Jesús Silva-Herzog Márquez / Comedia del caudillo desairado

AutorJesús Silva-Herzog Márquez

El Partido de la Revolución Democrática escogió el menos republicano de los símbolos como su emblema. El sol que escogieron los perredistas como distintivo gráfico es alegoría de reyes, no de ciudadanos. Francisco de Quevedo lo decía con su gracia en alguna parte: todo lo solar es monárquico. "El secreto del gobierno del sol es inexcrutable. Todo lo hace; todos ven que lo hace todo; ven lo hecho y nadie lo ve hacer. (...) Es el sol sumamente llano y comunicable: ningún lugar desdeña. Con un propio calor hace diferentes efectos; porque, como grande gobernador, se ajusta a las disposiciones que halla. Cuando derrite la cera, endurece el barro. Él da luz a los ojos para que lo vean todo; y juntamente con la luz propia, no consiente que le vean a los ojos: quiere ser gozado de los suyos, no registrado. En esto consiste toda la dignidad de los príncipes". Un todo poderoso que debe cuentas a nadie. El sol es el príncipe de la naturaleza, el rey del cielo. No dirige una asamblea de astros; es el solitario poseedor del poder absoluto.

Si los símbolos son abreviaturas del poder, la coherencia del emblema es evidente. El PRD ha sido, desde su nacimiento, una organización al servicio de un príncipe. El primero fue Cuauhtémoc Cárdenas: el hijo del general; la víctima del atropello; el hombre de la tenacidad. Encarnación de una autoridad histórica, depositario de una esperanza quizá nostálgica, pero sin duda viva. Un auténtico príncipe. En él se fundían todos los títulos de la autoridad: sangre, entereza, martirio. Su reinado como cabeza de partido fue benévolo pero implacable: nada podía brotar en el suelo perredista sin recibir su bendición. Y el único límite a su voluntad, su personal sentido de prudencia. Pudo obsequiarle una senaduría a una apologista de Hitler sin que nadie impugnara la decisión. El ingeniero no logró convertir a su partido en una institución. Es posible que nunca haya querido hacerlo. Después de todo, el partido era a sus ojos una plataforma para restaurar la legitimidad perdida en el 88. Poco más. Una escalera para llevarlo a Los Pinos y, desde ahí -sólo desde ahí-, enderezar el rumbo del país. Cuauhtémoc Cárdenas no ayudó a formar una institución porque no se empeñó en construir las reglas de la convivencia, no se preocupó en darle a su partido la estructura de una organización eficaz, no impulsó un debate sobre el cometido de la izquierda democrática en un mundo abierto. Buscaba ser el receptáculo universal de la...

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